lunes, 11 de marzo de 2013

David Shenk, La partida inmortal. Una historia del ajedrez

David Shenk, La partida inmortal. Una historia del ajedrez, trad. de M. Martínez-Lage y C. Pranger, Madrid, Turner Publicaciones, 2009, 319 pp.



Desde los tiempos de Heráclito de Éfeso los filósofos se han malquistado con la mera erudición, con la polimathia, con la simple acumulación de noticias. La forma moderna de la misma no es otra cosa que la llamada divulgación científica. El escritor estadounidense David Shenk es un espléndido representante de ella. Su libro, La partida inmortal, su forma de interpretarla. A partir de la celebérrima partida que Andersen y Kieseritzky disputaron en Londres, 1851, nos va relatando diferentes noticias en torno al ajedrez. Todo ello lo hace en un estilo ágil y atractivo y es una magnífica introducción al universo ajedrecístico en sus diferentes dimensiones (histórica, literaria, política, psicológica, etc.). De hecho, hay que tener un paladar algo educado para poder percibir que el conocimiento que Shenk tiene del ajedrez es empero muy superficial. Este defecto es compensado sin embargo con un aluvión de referencias en general muy acertadas y atractivas por sí mismas. Lo malo es que éstas son completamente exteriores a un verdadero proceso de pensamiento, a una verdadera dialéctica especulativa, es decir, no surgen del desentrañamiento de cierta cuestión sino de la pura acumulación. No es de extrañar en este sentido que de buena parte de ellas su origen sea internet: esto es, no hay más que saber hacer uso de un buscador para que ajedrez + filosofía o ajedrez + psiconálisis generen inmediatamente miles de páginas que desarrollan tales binomios. Como el divulgador científico se hace una idea muy perfilada de su eventual lector (una idea evidentemente falsa pero muy real por así decirlo), todo aquello que parezca atentar contra esta idea será combatida (pues de lo que se trata es de que ningún lector abandone el libro debido a su dificultad). Si es preciso, se recurrirá a un profesor de filosofía para iluminarnos en torno a una distinción que cualquier alumno de bachillerato conoce (verbigracia, entre el racionalismo de Descartes y el empirismo de Locke, pág. 86). El trabajo consiste después en resumir con talento lo más interesante o desgajar las citas que hemos encontrado. No hay por qué condenar el procedimiento por sí mismo, claro está, pero sí avisar de que mediante el exclusivo uso del mismo no se podrá decir sino lo que ya está dicho. Quizá fuera eso no obstante lo que se pretendía: en cualquier caso, eso es exactamente lo que le ocurre a este libro.


Francisco J. Fernández

1 comentario:

  1. Muy buen análisis. Enlazaré tu reseña con la mía, como complemento, con tu permiso, por supuesto.
    Saludos.

    ResponderEliminar