Icchokas Meras, Tablas por segundos, Barcelona, RBA Libros, 2004, trad. de
Macarena González, 159 pp.
Desde muy antiguo ha sido frecuente poner a la Muerte o al propio Diablo a
jugar al ajedrez. Recuerdo en este sentido la película de Bergman, El séptimo
sello, o las leyendas que corren en torno al ajedrecista italiano del siglo XVI
Paolo Boi. Estas figuras representaban algo así como el Mal. No obstante, desde
el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial, la Muerte o el Diablo han
perdido parte de su siniestro prestigio y han debido concedérselo a los nazis.
Alain Badiou lleva protestando desde hace tiempo contra esta ideológica
absolutización del Mal concedida al nacionalsocialismo hitleriano, pero su
posición es francamente minoritaria.
En cuanto al ajedrez, ha debido sufrir también esta conversión. Paolo
Maurensig así lo hizo por ejemplo en su libro La variante Luneburg (publicado en
Tusquets hace unos años), pero es que antes, en los años 60, lo había hecho el
escritor lituano Icchokas Meras (nacido en 1934), que padeció en sus propias
carnes la persecución y exterminio sobredichos. Este es el libro que
reseñamos.
El protagonista, un muchacho judío de diecisiete años, ha de enfrentarse al
comandante del gueto en una partida de ajedrez. Si gana, perderá su vida, pero
salvará de la deportación a los niños del gueto. Si pierde, salvará su vida,
aunque los niños serán deportados. La única forma de escapar de esta dramática
disyunción es obtener unas tablas (a ello hace referencia el título de la
novela): en ese caso, las cosas seguirán como estaban.
Mientras la partida se desarrolla (sin apenas indicaciones que nos permitan
representarnos la misma), se nos relatan las vicisitudes de algunos miembros de
la familia del muchacho: la hermana pequeña asesinada y colgada en la calle, el
hermano mayor que se suicida (filósofo por más señas), la hermana cantante que
se prostituye... En fin, un variopinto panorama de desgracias de dudoso interés
literario.
Como todo el mundo sabe, el ajedrez es un juego de los llamados de suma cero:
eso significa que la ganancia de uno supone en la misma medida la pérdida del
rival. Cuando el Mal juega al ajedrez, lo primero que hace es pervertir esta
singular característica; como no conforme con la justicia de la suma. Le dan
ganas a uno de pensar que el Mal reside entonces en el exterior del tablero, en
lo que lo rodea, en las condiciones de la Realidad, y, así, que el tablero es un
paraíso de justicia, es decir, de crueldad sublimada.
Francisco J. Fernández
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