domingo, 23 de junio de 2013

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, Leontxo García

Leontxo García, Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, prólogo de José Antonio Marina, Barcelona, Ed. Crítica, 2013, 362 pp.

    Mérito indudable el de Leontxo García con su nuevo libro. Ordenar más de trescientas páginas con palabras en su mayor parte ya escritas y publicadas anteriormente en los medios donde sus fieles seguidores solemos leerle es desde luego meritorio. En este sentido, y como muestra de lo fatigoso de la tarea, sólo hemos sido capaces de detectar un error de repetición (pág. 255 y pág. 335, que reproducen el mismo texto, el cual había sido ya publicado por cierto en el periódico EL PAIS el 8 de julio de 1996), contingencia, no obstante, fácilmente subsanable en las posteriores ediciones que auguramos al libro. Asimismo, subsanable es el error que contiene la cita que Leontxo García reproduce del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure, confundiendo Lenguaje con Lengua (cosa que ha de saber todo alumno de primero de bachillerato), probablemente porque la ha tomado de alguna página de internet poco escrupulosa con la Lingüística (la de Juan Antonio Montero, probablemente, citado en los agradecimientos -flaco favor, desde luego-, a saber: http://chessmagic.juntaextremadura.net/modules/news/article.php?storyid=361) en vez de ponerse a leer el maravilloso texto del lingüista ginebrino.
    Pero al margen de estas minucias, típicas del ratón de biblioteca que soy, el caso es que el libro es fascinante porque nos permite enterarnos de cosas de gran transcendencia para la ciencia, como, por ejemplo, por qué la proporción de zurdos en el ajedrez es mayor que en el resto de la población (sic!, pág. 122) o por qué los ajedrecistas tienen la costumbre de nacer más bien a principios de año que a finales (resic!, p. 123). Esta perseguida vinculación del ajedrez al discurso científico se ilustra en la portada: una caricatura que representa a un reconocible Einstein jugando con un niño al ajedrez, dándose la particularidad de que ambos reyes se encuentran en casillas contiguas a las casillas de inicio, cosa que no es imposible si ha comenzado la partida, pero que parece más bien un descuido del ilustrador, si es que no una venganza de ultratumba del propio Einstein, que admitía que era incapaz de ningún entusiasmo por el juego (a pesar de su amistad con Lasker).
    En fin, Leontxo García habla de la mina de oro que en 1983 descubrió a propósito del ajedrez. No podemos darle sino la razón, y de hecho algún que otro mamporrero, que no tenía otra cosa que hacer (filósofo, para mas inri), también se la da, pero tal vez fuera más pertinente recordarle que cuando de la aceituna se extrae hasta el hueso, ello no da aceite, sino orujo.
    Por no cargar demasiado las tintas hay que reconocer que un capítulo aporta reflexiones interesantes, las del Maestro Internacional y psicólogo Fernand Gobet, entrevistado en el libro. Lo que viene a decir sin embargo va en contra, con razones muy bien argumentadas, de lo que Leontxo García defiende. Triste gracia que lo mejor del libro sea aquello que lo refuta.

José Patiño

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