jueves, 4 de abril de 2013

Robert James Fischer (1943-2008)


Poco después de perder ante Fischer el llamado Match del Siglo (1972), Boris Spasski efectuó una evaluación del juego de su rival que nunca he acabado de comprender. En efecto, señala algunas de sus virtudes y a continuación su principal deficiencia: "La principal es que juega al ajedrez de forma muy pura, como un niño" (cit. por G. Kasparov en Mis geniales predecesores, vol. 4, trad. de A. Gude, La Roda, Ediciones Merán, 2006, pág. 473). ¿Por qué la pureza de su ajedrez habría de representar una deficiencia? ¿A qué se estaba refiriendo Spasski? La explicación que da a continuación no parece aclararlo del todo: "Ahora esto representa una fuerza, pero más tarde puede hacerle daño, sobre todo en una lucha complicada, cuando se requieren otras cualidades, más refinamiento, gran experiencia" (ibidem).
No sé si el camino correcto para entender este comentario es fijarnos en cómo juegan los niños. Algunos de ellos adquieren en seguida un nivel ajedrecístico altísimo (el propio Fischer, el mismo Spasski), así que tal vez debamos detenernos más bien en niños normales, en niños que nunca serán grandes maestros. La primera vez que senté a mi hijo delante de un tablero no tendría dos años. Duró poco en esa situación. En cuanto pudo se sentó dentro del mismo. Jugar al ajedrez significaba para él habitar físicamente el tablero; desde luego, revelaba una buena comprensión posicional: hay que ocupar el centro. Hace unos cuantos días se me ocurrió explicarle que los peones han de proteger a las piezas. Su manera de jugar a partir de ese momento se convirtió en un rodear las piezas de peones (quebrantando de paso las reglas que rigen el movimiento de estos). Si se me ocurre comerle alguna, protesta inmediatamente aduciendo que estaba protegida: respeto por el material, podría decirse. Cuando, no obstante, consigo convencerle de que se trata de un simple cambio (una por otra) acepta a regañadientes. Toda pérdida de material, aunque esté equilibrada por su propia ganancia, es sufrida como una amputación (miedo a la castración, que diría un psicoanalista, dado que por su edad, cuatro años, se encuentra en plena resolución del complejo de Edipo). Por otro lado, nunca se atreve a capturar una pieza si no lo hago yo antes; se limita a mover de aquí para allá en función de ciertas simpatias, probablemente porque le es más fácil la identificación con ellas: ama los caballos, los peones, las torres, y presta poca atención a la dama o los alfiles, por ejemplo. Finalmente, cuando algo no le gusta (que su hermana de cinco años, en un suponer, le coma un caballo) se corre el peligro de que las diferentes piezas salgan volando: con el interior del brazo barre el tablero de un lado a otro y todo ha acabado.

Es dudoso que Spasski se refiriera a estos comportamientos, aunque no ha faltado quien tildara a Fischer de cierto infantilismo. Parece, más bien, que el diagnóstico iba referido a la forma de jugar. Es sabido que Fischer admiraba el estilo de los grandes jugadores soviéticos (Smyslov, Botvinnik, Bronstein, Taimanov, Tal, Spasski): "Me gustaba su juego: agudo, atacante, intransigente" (pág. 227 de la obra citada). También llama la atención la cita del Manual de Lasker que antepuso a su libro Mis 60 mejores partidas:"En el tablero la mentira y la hipocresía no sobreviven. La combinación creativa desenmascara la presunción de la mentira: el acto despiadado que culmina en el mate contradice al hipócrita". Cabría pensar que su ideal de juego debería tener las virtudes contrarias a esos defectos: Veracidad y honestidad. Traducir esto al ajedrez no es tan sencillo, sin embargo. Quizá Spasski pensara que ello era difícilmente compatible con el refinamiento y la experiencia. ¿Cómo ser veraz y refinado, cómo honesto y disponer de experiencia, es decir, de memoria de las vivencias pasadas? Smyslov señaló en una ocasión que Fischer tenía escaso sentido práctico: "aunque la meta deportiva estuviese asegurada, el juego de Fischer no mostraba la menor tendencia pacífica" (pág. 497 de la obra citada). En cuanto a su refinamiento es de destacar el menosprecio que siente por ciertas formas de plantear el juego. En una carta a Larry Evans dice: "Estoy sobre todo ocupado en estudiar viejos libros de aperturas y, lo creas o no, ¡estoy aprendiendo mucho! Al menos no le dedican espacio a la Catalana, la Reti, el ataque indio de rey y otras aperturas lamentables" (pág. 321 de la obra citada). Creo que Fischer despreciaba con toda su alma a los jugadores sibilinos, a los que renegaban de la auténtica lucha, del juego directo por un sentido equivocado de la prudencia, que se desvían de las presuntas preparaciones, yéndose de paso de Málaga a Malagón. Rafael Sánchez Ferlosio se inventó un epíteto para esta clase de gente en general: tontiastutos. Creo que Bobby hubiera estado de acuerdo con él. Lo que además consiguó fue demostrar los límites de la tontiastucia. Tras su desaparición tardaremos bastante en encontrar a alguien que vuelva a ponerlos en su lugar. Descanse en paz.

Francisco J. Fernández

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