Mostrando entradas con la etiqueta Publicaciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Publicaciones. Mostrar todas las entradas

sábado, 20 de julio de 2013

Zugzwang: ¿quién mueve?, Enrique Cobos Urbina

Enrique Cobos Urbina, Zugzwang: ¿quién mueve? (Lo que el ajedrez aporta a la comunicación de crisis), Pamplona, Ediciones Eunate, 2012, 221 pp.

    Enrique Cobos Urbina (Miranda de Ebro, 1982) ha escrito un libro que pretende ser útil. La intención es convencer a los directores de comunicación de las empresas de que el ajedrez puede proporcionarles una serie de herramientas susceptibles de ser empleadas en su profesión, atendiendo sobre todo a los momentos de conflicto. El libro cuenta hasta con cuatro prólogos o introducciones de autores distintos (desde un profesor de Sociología a un director de comunicación, hasta el director del departamento de Ética empresarial de la Universidad de Navarra, institución donde nuestro doctorando querrá seguir medrando, pasando por un GM de la talla de Topalov), justipreciando el trabajo de manera muy favorable.
    Como es sabido, durante los tribunales de tesis sólo tienen derecho a interpelar al doctorando los doctores de la sala, debiéndose abstener el público en general. Aprovechando este antiguo privilegio, daremos algunos consejos a este muchacho para que no malbarate la tesis que está realizando, cometiendo los mismos errores que comete en este libro. Esperamos llegar a tiempo.
    Así, avisarle en primer lugar de que el lenguaje empleado es muy descuidado, no sólo por la cantidad enorme de erratas, signos de acentuación, faltas de ortografía (cosas de las que es corresponsable la editorial, que se ha limitado a pasar el corrector informático), sino porque es totalmente inaceptable encontrarse con una frase como ésta: “Hubieron grandes predecesores” (p. 214). Le perdonaremos que diga coeficiente intelectual (p. 173) en vez de cociente intelectual, pues hasta la RAE ha debido inclinarse ante ese tan necio como generalizado uso de la expresión. Pronto hará lo mismo con “a grosso modo” y parecidas.
    En fin, se experimenta por doquier una molesta sensación de confusión conceptual, como si al bueno de Quique se le amontonaran las palabras y no supiera qué hacer con ellas. Sólo así se explica que leamos cosas como: “soliviantar la crisis” (p. 102) en vez de probablemente “solventar”, o “fabricando coches al por mayor” (p. 127) cuando parece que hay que decir más bien “vendiendo”, por no decir nada acerca de esta otra: “conflictos que van asociados a una ventaja, positiva, negativa o igual” (p. 216). ¿Qué será una ventaja igual?
    Esto por lo que hace a los defectos más exteriores a la cosa misma (por cierto, La inmortal no se jugó en el Torneo de Londres de 1851, sino coincidiendo con el mismo, precisión que hacemos porque en el texto se deja entender lo primero). Por lo que hace al aspecto más teórico y conceptual, la cosa por desgracia no tiene ni pies ni cabeza, pero no tanto porque las comparaciones que se emplean no puedan tener algún sentido, sino porque es absolutamente incontrolable el manejo que hace de los conceptos ajedrecísticos a la hora de aplicarlos a tal o cual situación. Es una especie de defecto por exceso, si se nos permite la expresión. Por terminar con ello. En la página 204 se defiende que son propiedades de la dama el “equilibrio, prudencia, soberanía y perspectiva”, cosas de las que carecería el rey. No estaría de más recordar que el ajedrez moderno se llamaba antiguamente “de la dama rabiosa”, debido a los nuevos poderes que se concedió a esta pieza en el Renacimiento. ¿Cómo compatibilizar estas cosas? Probablemente atendiendo al tufillo opusino que desprende el libro: “El equilibrio que la dama otorga al rey hace que se complemente a la perfección con su superior inmediato” (p. 205). De acuerdo, se lo diré a mi dama en mis partidas, que haga caso de su superior inmediato. O, mejor, se lo diré a mi mujer. Llamaré a Quique cuando me pegue una patada en el culo.

Francisco J. Fernández

domingo, 23 de junio de 2013

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, Leontxo García

Leontxo García, Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, prólogo de José Antonio Marina, Barcelona, Ed. Crítica, 2013, 362 pp.

    Mérito indudable el de Leontxo García con su nuevo libro. Ordenar más de trescientas páginas con palabras en su mayor parte ya escritas y publicadas anteriormente en los medios donde sus fieles seguidores solemos leerle es desde luego meritorio. En este sentido, y como muestra de lo fatigoso de la tarea, sólo hemos sido capaces de detectar un error de repetición (pág. 255 y pág. 335, que reproducen el mismo texto, el cual había sido ya publicado por cierto en el periódico EL PAIS el 8 de julio de 1996), contingencia, no obstante, fácilmente subsanable en las posteriores ediciones que auguramos al libro. Asimismo, subsanable es el error que contiene la cita que Leontxo García reproduce del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure, confundiendo Lenguaje con Lengua (cosa que ha de saber todo alumno de primero de bachillerato), probablemente porque la ha tomado de alguna página de internet poco escrupulosa con la Lingüística (la de Juan Antonio Montero, probablemente, citado en los agradecimientos -flaco favor, desde luego-, a saber: http://chessmagic.juntaextremadura.net/modules/news/article.php?storyid=361) en vez de ponerse a leer el maravilloso texto del lingüista ginebrino.
    Pero al margen de estas minucias, típicas del ratón de biblioteca que soy, el caso es que el libro es fascinante porque nos permite enterarnos de cosas de gran transcendencia para la ciencia, como, por ejemplo, por qué la proporción de zurdos en el ajedrez es mayor que en el resto de la población (sic!, pág. 122) o por qué los ajedrecistas tienen la costumbre de nacer más bien a principios de año que a finales (resic!, p. 123). Esta perseguida vinculación del ajedrez al discurso científico se ilustra en la portada: una caricatura que representa a un reconocible Einstein jugando con un niño al ajedrez, dándose la particularidad de que ambos reyes se encuentran en casillas contiguas a las casillas de inicio, cosa que no es imposible si ha comenzado la partida, pero que parece más bien un descuido del ilustrador, si es que no una venganza de ultratumba del propio Einstein, que admitía que era incapaz de ningún entusiasmo por el juego (a pesar de su amistad con Lasker).
    En fin, Leontxo García habla de la mina de oro que en 1983 descubrió a propósito del ajedrez. No podemos darle sino la razón, y de hecho algún que otro mamporrero, que no tenía otra cosa que hacer (filósofo, para mas inri), también se la da, pero tal vez fuera más pertinente recordarle que cuando de la aceituna se extrae hasta el hueso, ello no da aceite, sino orujo.
    Por no cargar demasiado las tintas hay que reconocer que un capítulo aporta reflexiones interesantes, las del Maestro Internacional y psicólogo Fernand Gobet, entrevistado en el libro. Lo que viene a decir sin embargo va en contra, con razones muy bien argumentadas, de lo que Leontxo García defiende. Triste gracia que lo mejor del libro sea aquello que lo refuta.

José Patiño

lunes, 1 de abril de 2013

Miguel Illescas, JAQUE MATE, Estrategias ganadoras para tu negocio


Miguel Illescas, Jaque mate (Estrategias ganadoras para tu negocio), Alienta Editorial, Barcelona, 2012, 135 pp.
El GM barcelonés Miguel Illescas (con un Elo actual de 2620), ocho veces Campeón de España Absoluto, integrante del equipo olímpico desde 1986, es también un notable hombre de negocios. El libro que reseñamos pretende alabar las virtudes del ajedrez a la hora de potenciar recursos empresariales. El GM Lars Bo Hansen escribió no hace mucho un libro (Fundamentos de la estrategia ajedrecística, Madrid, La Casa del Ajedrez, 2007, trad. de A. Gude) dándole la vuelta al asunto, es decir, potenciar los recursos ajedrecísticos mediante las técnicas empresariales, con reflexiones muy agudas que aquí no pueden dejar de resonar. Alguna otra referencia hemos descubierto (compárese el subcapítulo "Habla con tus piezas", pp. 75-76, y las páginas dedicadas por Jonathan Rowson al mismo asunto en Los siete pecados capitales del ajedrez, Madrid, La Casa del Ajedrez, 2004, trad. de A. Gude, p. 45), pero está claro que el propósito del libro no era saldar deudas, sino generar ingresos (una poco afortunada portada ayuda a ello, peones blancos en forma de euros se enfrentan a un solitario peón negro en forma de dólar). La inversión conceptual efectuada por Illescas no es tan convincente como el trabajo (verdadero trabajo) de Hansen, pero es un pero que se le puede poner a otros libros parecidos, como el de Kasparov, Cómo la vida imita al ajedrez (Barcelona, Mondadori, 2007, trad. de M. Roca). De hecho, todos los intentos de extrapolar el ajedrez a otros ámbitos suelen adolecer de tal defecto, tan concreto es el juego.
El origen del libro es claro. Illescas se ha dedicado últimamente a dar algunas conferencias en Cámaras de Comercio, Centros de Excelencia, etc. relacionando el ajedrez con la estrategia empresarial. Los estudios de Innovación ahora tan en boga precisan de modelos e Illescas ha conseguido hábilmente hacerse un sitio en esa búsqueda. El libro supongo que es una puesta en limpio de esas conferencias que han tratado de inteligencia artificial, de toma de decisiones, gestión del éxito, etc. La parte más interesante es a mi juicio la relacionada con su colaboración con IBM en el famoso match de Kasparov y Deep Blue, así como su labor de entrenador del ex-campeón mundial Vladimir Kramnik, aunque el nivel de explicitación de lo allí acontecido es francamente mejorable y merecería más páginas, dado su interés. Por ejemplo, cuando dice que a Deep Blue se le introdujeron más de tres mil argumentos lógicos con el propósito de acercar el pensamiento del ordenador a la forma de pensar humana (p. 52). Un poco de detalle sobre esos argumentos no estaría nada mal, sobre todo porque sabemos por otros testimonios que los mismos ajedrecistas que asesoraban a IBM eran incapaces de apalabrar las diferencias cuantitativas de evaluación que escupía la máquina.
El volumen se completa con una serie de anécdotas más o menos conocidas (más bien más que menos), pero que pueden tener su gracia para un lector neófito, así como una caracterización de las diferentes virtudes que han adornado a los distintos campeones del mundo, ponderando por ejemplo de Steinitz su ciencia y su lógica, de Lasker, su lucha y psicología, de Capablanca, su talento y sencillez, etc. Lo malo es que esas caracterizaciones, con ser acertadas, son tan abstractas, que prácticamente todo vale, la prudencia y el riesgo, el instinto y el método, el pragmatismo y el carácter, el talento y la preparación, de tal forma que no pasan de ser etiquetas identificativas, pero cuya utilidad no se descubre, dado que no son conceptos construidos por el propio Illescas, sino tomados sin ningún rigor del universo de la semántica más mundana (incluido el DRAE). En fin, nos tememos que nos esperan más libros como estos, ya con estos temas, ya vinculando el ajedrez al Alzheimer o a la eyaculación precoz. Los sufriremos en silencio.

Francisco J. Fernández

viernes, 15 de marzo de 2013

FILOSOFÍA DEL AJEDREZ, Ezequiel Martínez Estrada

Filosofia Del Ajedrez . Ezequiel Martinez EstradaFILOSOFÍA DEL AJEDREZ, Ezequiel Martínez Estrada, est. preliminar de T. Alfieri, Colección Los Raros, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2008, 320 pp.

    Aunque tenía alguna noticia al respecto, no pude leerlo a tiempo para incluirlo en El ajedrez de la Filosofía (Madrid, Plaza y Valdés, 2010), así que remedio ahora una antigua falta. En efecto, el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) tuvo toda su vida el propósito de publicar un libro titulado Filosofía del ajedrez. Llegó a publicar en este sentido algunos artículos periodísticos en La Nación de Buenos Aires. Sin embargo, el proyecto no fue terminado y los restos de aquel naufragio quedaron encerrados en una caja desde su muerte. Pues bien, así fue hasta que Teresa Alfieri se propuso rescatar todo ese material con motivo de una investigación más general sobre la obra del escritor. Al parecer, la tarea de desciframiento de los textos ha sido particularmente difícil, dado el carácter heteróclito de las páginas conservadas, el tiempo pasado, que ha borrado las letras, y sobre todo el despliegue erudito de Martínez Estrada, que no está al alcance de todo el mundo, por lo que las referencias se vuelven opacas. Ante este reto, lo conseguido en esta edición es solamente digno, pero no notable, y probablemente apenas suficiente. Se hace preciso a mi juicio una edición verdaderamente científica, editada siguiendo pautas filológicas rigurosas. Es decir, si un texto está incompleto hay que darlo incompleto. Lo que no se puede es hacer de nuestra capa un sayo, porque sencillamente no es nuestra capa.
    Menos importancia tienen ciertas equivocaciones fácilmente subsanables, es decir, no cuesta demasiado descubrir que tras "Gruedford" (p. 108) se esconde en verdad Grunfeld, o que tras "Riemzooitoh" (p. 265) o "Rievazovitsch" (p. 276) en verdad Nimzowitch. Los ejemplos podrían multiplicarse... Lo que todo ello indica es que la editora no ha contado con un competente erudito del ajedrez para informarse. De hecho, hay alguna otra perla (p. 224), como decir que no va a corregir (¡menos mal!) a Martínez Estrada por decir "la psicoanálisis" en vez del actual "el psicoanálisis", sin saber al parecer que al principio se tradujo así en castellano y así lo decía también Ortega y Gasset en sus primeros escritos sobre Freud. Edición que saludamos por tanto por lo que tiene de descubrimiento de un trabajo inédito, pero que despedimos inmediatamente a la espera de otra que la supere.
    En cuanto al texto en sí mismo, llama la atención la porfía con que Martínez Estrada persiguió desentrañar este misterio del ajedrez. Tenía más alma de erudito que de filósofo y se echa de menos cierto rigor conceptual, pero a cambio hay una gran honestidad intelectual por su parte. Recurría a lo que sus múltiples saberes le ofrecían, y así comparecen la biología, la sociología, la psicología, el psicoanálisis, la física y hasta la teoría de Conjuntos de Cantor (!). Me he sentido muy identificado con esas persecuciones y he podido enterarme de ciertas cosas que me hubiera gustado conocer antes, como las páginas dedicadas por Bergson al ajedrez o una extraordinaria declaración de Alekhine acerca de su frustración porque tiene irremediablemente que contar con su rival para poder llevar a cabo sus partidas (cf. p. 240). Junto a ello, noticias del pasado que apenas llegan hasta nosotros y textos de principios del siglo XX sepultados por el tiempo, como una Philosophie des Schachs, de un tal W. Junk (confiemos en que la transcripción sea buena en esta ocasión), de la que nunca había oído hablar. Me hubiera gustado conocer a Martínez Estrada y echar una buena partida con él y después divagar sobre ajedrez y metajedrez. ¡Lástima de verdad!

Francisco J. Fernández

lunes, 11 de marzo de 2013

Ethnologie des joueurs d´échecs

Thierry Wendling
Presses Universitaires de France, Paris, 2002, 256 pag.

Pocos son los textos que se toman el ajedrez en serio, es decir, como objeto teórico más allá de lo deportivo. Es más, incluso desde un punto de vista puramente ajedrecístico, las investigaciones no dejan de ser profundamente insatisfactorias a la hora de comprender la esencia del juego rey. Nadie es capaz de explicar con rigor en qué consiste eso de jugar bien. Hasta los módulos de análisis han experimentado un parón una vez que han alcanzado el nivel de los mejores grandes maestros en virtud y nada más que en virtud de su prodigiosa velocidad de cálculo.El libro que nos ocupa se toma el ajedrez en serio, pero por fuera del mismo, digamos que en su dimensión más humana, es decir, en tanto que lugar en el que se desarrollan unas prácticas sociales (precedente de este trabajo, pero desde una perspectiva más general, fue Jeu d´échecs et sciences humaines, de J.Dextreit y N. Engel, Payot, Paris, 1981). Es una obra etnográfica y etnológica: a Wendling le interesa sobre todo lo que dicen los ajedrecistas en tanto que estirpe o grupo: Gens una sumus. Le interesa pensar acerca de los sobreentendidos que los ajedrecistas manejan: su jerga, sus maneras, sus lugares de reunión, las ceremonias de los torneos, la vigencia de las reglas y cómo se interpretan. En tanto que ajedrecista él mismo (alcanzó un elo de 2235 en su tiempo) conoce muy bien los entresijos de las federaciones, de los clubs (bien es cierto que la obra se reduce al ámbito francés). Ello le ha permitido investigar (grabando conversaciones, sacando fotografías) ese particular universo que los ajedrecistas constituyen con el fin de desentrañar los mecanismos que gobiernan esa práctica lúdica.Atendiendo al comportamiento de los jugadores (sobre todo al de aficionados y semiprofesionales, no tanto al de la élite), a lo que dicen y a la manera en que lo dicen, a lo que hacen y a la manera en que lo hacen, se descubre que el ajedrez no se limita sólo a las partidas de ajedrez, que hay todo un conglomerado de fenómenos que las rodean, los cuales van desde el mirón al local donde se juega, de la modalidad de juego (rápido, lento, blitz) a la clase de competición (por equipos, suizo, amistosa, con apuesta de por medio). De alguna forma, Wendling intenta reducir el prestigio tanto de los grandes torneos como de los grandes maestros (cosa que no se puede decir del Campos de fuerza de George Steiner, Editorial La Fábrica, Madrid, 2004, trad. de Miguel Martínez-Lage) en el sentido de que son los aficionados los que construyen socialmente a los campeones. Creo que una obra como ésta le gustaría al genial David Bronstein, pues es este jugador el que más atento ha estado siempre no tanto a la divulgación del juego, sino a subrayar el continuo que se da entre los jugadores aficionados y los grandes campeones. Creo que algo menos le gustaría al soberbio Kasparov, pues es absolutamente improcedente considerar que los campeones del pasado eran sus grandes predecesores, como diciendo que su labor fue la de ser eso: predecesor de Kasparov (de ahí que el interés que tiene en su obra el ajedrez anterior a Steinitz raya en lo anecdótico).El único pero que se le puede poner a la obra que nos ocupa es alguna ausencia bibliográfica, como el artículo de Agustín García Calvo, "Sugerencias del lenguaje escrito de reseña de partidas de ajedrez para ciertas cuestiones emprácticas y sintácticas", en Hablando de lo que habla, Editorial Lucina, Madrid, 1990, pp.186-191, que le hubiera venido muy bien al capítulo dedicado a la escritura del ajedrez. Por lo demás, y a la espera de que alguien se decida a tomar el toro del ajedrez por dentro del mismo, podemos disfrutar con lo que hay por fuera.
Autor: Francisco J. Fernández

El juego del ajedrez

Jacobo de Cessolis
ed. de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 2006 (1.ª ed. 1991), 150 pp.
En 1549, el licenciado Martín Reyna publicaba en Valladolid una versión castellana del Liber de moribus hominum et de officiis nobilium, sive super ludum scacchorum de Jacobo de Cessolis, dominico lombardo que compuso el texto entre el 1300 y el 1330. Lo que ofrece la editorial Siruela es una versión más o menos retocada de la traducción de Reyna: no es una edición que siga estrictamente los rigores filológicos, pero al menos nos permite acceder a un universo cultural muy distinto del que padecemos ahora.Aunque los ajedrecistas somos algo menos incultos que los deportistas en general, seguimos siéndolo todavía demasiado. Ofrezco la reseña de esta obrita (de considerable éxito en su tiempo) para avisar de una dimensión que estuvo presente en el juego del ajedrez (o ludus scacchorum) desde sus inicios, es decir, una dimensión moralizante (José Antonio González Alcantud, en su Tractatus ludorum, una antropológica del juego, Barcelona, Ed. Anthropos, 1993, ha insistido particularmente en este aspecto). Aunque la palabra esté algo anticuada no creo que su intención sea muy distinta de la que hay detrás de proyectos educativos varios que luchan por la implantación del ajedrez en la enseñanza primaria y secundaria. Es cierto que la religiosidad recorre todo el volumen: "Frente al diablo que se había ganado el mundo, Cristo nos libró y devolvió a este juego del ajedrez, al tablero de la vida humana" (pp. 124-5), pero quién no ha de acordarse de Bobby Fischer cuando declaraba que "El ajedrez es la vida". Esta capacidad que tiene nuestro juego para funcionar alegóricamente ha sido señalada en múltiples ocasiones y la literatura se ha aprovechado de ello más de una vez (cfr. Francisco J. Fernández, "El ajedrez de la lengua", Alfa, Revista de la Asociación Andaluza de Filosofía, n.º 17, 2005, pp. 61-69). El mérito de Cessolis es quizá que fue de los primeros en sistematizar la igualdad Ajedrez = Sociedad. Para ello, divide su obra en cuatro tratados:1) De la invención del juego2) De las hechuras de los trebejos nobles3) De los oficios populares4) De los movimientos de las piezasDe esta manera, se recorre mediante la excusa y metáfora del ajedrez la sociedad medieval, su distribución en estamentos, en oficios, en jerarquías y linajes. El microcosmos del tablero permite adentrarse en el macrocosmos de la sociedad del siglo XIV, todo ello trufado de ejemplos de la antigüedad clásica: docenas de anécdotas de filósofos, de fábulas, refranes, de historias más o menos escabrosas, encaminados todos a alabar las virtudes y vituperar los vicios.Hay, sin embargo, algo curioso que me gustaría señalar, siquiera brevemente. Y es que uno no sabe muy bien dónde colocar al propio jugador de ajedrez, pues en principio la pieza que le correspondería sería el "peón asentado delante del roque de la izquierda" (la casilla a2), ya que refleja a "jugadores, ribaldos (granuja, pero también soldado de infantería, según María Moliner) y ganapanes" (p. 102), pero digo que es dudosa esa atribución pues parece referirse más bien a aquellos que juegan a los dados (lo de que "andan con prostitutas", como dice Cessolis, tendría menos importancia). Así las cosas, la solución del dominico lombardo parece transcendente: dado que uno de los ejércitos está llevado por el Diablo, el otro no podría ser llevado más que por el propio Cristo. Cristo, pues, como jugador de ajedrez.A los ajedrecistas más interesados en la competición cabe hacerles notar la forma de no perder el juego que Cessolis recomienda, es decir, no inclinarse "a los deleites, honras y riquezas, perdiendo el juicio de la perfecta razón y discreción" (p. 109), Si alguno cree que ello no va con él, que piense en cuántas veces ha perdido una partida por consideraciones estéticas (deleites), cuántas veces ha pensado en el puesto final de la clasificación o en el Elo que va a ganar o perder (honras), cuántas otras ha pactado unas tablas por un mísero premio en metálico (riquezas). Las restantes enseñanzas que el libro propone, que cada cual las aproveche como pueda.

Francisco J. Fernández

Bobby Fischer se fue a la guerra


David Edmonds & John Eidinow, Bobby Fischer se fue a la guerra (el duelo más famoso de la historia), Edt. Debate, Barcelona, trad. de E. García Murillo, 2006, 382 pp.



Este libro relata el acceso al trono de Campeón del Mundo de Ajedrez de Robert James Fischer. Es uno más de los que hay entre las varias docenas de libros sobre el mismo tema. El único interés del volumen reside en que estos dos periodistas británicos han podido acceder a una mayor cantidad de información que los que se escribieron inmediatamente después del match de 1972 entre Fischer y Spasski, en Reikiavik, Islandia. Con mayor cantidad de información nos referimos a cartas personales de los protagonistas, testimonios y entrevistas de los testigos presenciales y documentos desclasificados recientemente por los servicios secretos de EE.UU y la URSS (por ejemplo el dossier sobre la madre de Fischer, Regina).

De hecho, apenas hay alguna mención a las cuestiones puramente ajedrecísticas. Lo que interesa más bien son las cuestiones geopolíticas que contaminaron el evento y las rencillas o caprichos de los contendientes. En efecto, en pleno apogeo de la llamada Guerra Fría entre las dos potencias, el conflicto, que era básicamente simbólico, encontró en el ajedrez una feliz concreción. El prestigio de los respectivos sistemas de organización socio-política quedaba en manos de los ajedrecistas. Ganar o perder era cuestión de Estado. Especialmente interesantes son en este sentido las reuniones que los soviéticos organizaron para resolver el enigma Fischer: es decir, cómo ganar a un jugador con una capacidad de superación y tenacidad extraordinarias. Curiosamente, se echa de menos una voz: la del propio Fischer, esquivo como siempre ante la prensa y los medios de comunicación. En definitiva y en su defensa podría argüirse que el ya dijo todo lo que tenía que decir y donde tenía que decirlo: ante el tablero. Es una pena que estos dos periodistas hayan prestado tan poca atención a su verdadero discurso, aún hoy admirable, y que se hayan fijado más en la hojarasca de lo mediático.

Es una culpa que hay que extender al apresurado traductor del libro al castellano, pues los conceptos y terminologia ajedrecísticos son pésimamente traducidos, hasta a veces caer en el ridículo, y no son escasas las puras y simples equivocaciones (un asesor técnico no le hubiera venido mal, desde luego). De ahí que aquel que quiera enterarse de lo que pasó en Islandia debería completar esta lectura con los libros de Pachman, El match del siglo, o la biografía de Pablo Morán sobre Fischer, ambos en la editorial Martínez Roca, entre muchos otros.

Autores: Francisco J. Fernández & Carlos Sevilla Perales

La máquina de ajedrez

Robert Löhr, Barcelona, Edt. Grijalbo, 2007, trad. Lluís Miralles de Imperial, 421 pp.


Algo debe de tener el ajedrez para que una mediocre novela parezca buena y hasta se convierta en un best seller. El prestigio indeleble del juego, la fascinación por ese universo reducido de sesenta y cuatro casillas, hacen que una vulgar trama se sostenga literariamente (bien es cierto que a duras penas) y que las más de cuatrocientas páginas aparenten ser solamente trescientas largas. Pues que se trata de una mala novela es preciso decirlo antes de nada. No obstante, el autor (comparado pomposamente al más refinado Patrick Süskind en la contraportada) ha hecho sus deberes: ha leído algunos libros para ambientar la historia (finales del siglo XVIII), ha tenido en cuenta el afrancesamiento general de la nobleza austrohúngara y ha colocado aquí y allá, a la búsqueda de complicidades, ciertas referencias eruditas (sobre Descartes, sobre La Mettrie, sobre el mito de Prometeo, alguna mención a Philidor) que los lectores más cultos reconocerán y hasta agradecerán si su pedantería, como es habitual, es mayor que su rigor literario. Como de ello es consciente el propio autor, de vez en cuando introduce distorsiones temporales en el tiempo rectilíneo de la historia para elevar sin conseguirlo el empaque estético de su narración.


Se fabula pues en torno a un acontecimiento histórico: los comienzos del autómata jugador de ajedrez que durante ochenta años se paseó por medio mundo (lo llegó a contemplar Edgar Allan Poe). Conocido por el Turco, su destreza a la hora de jugar al ajedrez cautivó la atención general. El fraude cometido no fue descubierto de primeras gracias a la habilidad de su constructor. Robert Löhr imagina las vicisitudes por las que tuvo que pasar Kempelen (su inventor) para que la trampa no fuera tal: esconder a un jugador dentro del ingenio y que aquello pasara por un verdadero autómata. Como la cosa no le daba al escritor para mucho más ha tenido que recurrir a algunos motivos folletinescos que le permitieran hacer avanzar la trama. Un ejemplo: el enano contrahecho que se esconde en el autómata se enamora de una prostituta espía de un rival celoso de Kempelen, pero la prostituta tiene al final buen corazón, pues no en vano está embarazada. Muere ella sin embargo y a su vástago se le pone el nombre del mejor amigo del enano, asesinado por un húsar hermano de la amante suicida de Kempelen.


Hay otra cosa curiosa y casi imprescindible para que una novela se sostenga: nos referimos al momento de la anagnórisis (o reconocimiento). Situada al principio y al final de una manera excesivamente mecánica, su espera se hace insufrible y hasta llega uno a olvidarse de la misma: la unidad y sentido que con ello se pretende alcanzar no es sino un procedimiento tramposo, como la misma historia, de tal manera que la emotividad que por lo general se consigue de esta manera se malogra irremediablemente. Cuando acaba de leerse la novela, no le quedan ganas a uno ni de repasarse el gambito Allgaier.


Francisco J. Fernández

Querido Caín

Ignacio García-Valiño, Barcelona, Plaza-Janés, 2006, 446 pp.

Como resulta que me gusta el ajedrez, recibo a menudo amables invitaciones para que lea novelas que utilizan el juego como excusa narrativa. Esta es una de ellas, finalista del V Premio de Novela Ciudad de Torrevieja. Un psicólogo, profesor universitario, acude a la casa de una familia adinerada para tratar la psicopatía de un adolescente. El ajedrez se convierte en la vía de entrada a la más que inteligente mente del muchacho (cuando leí el libro de Reuben Fine sobre la psicología de los jugadores de ajedrez, creo recordar que mencionaba en la bibliografía algunos artículos americanos sobre esta misma cuestión: el propio Fine se entrevistó con un Fischer adolescente, de aquello nos quedó un maravilloso gambito Evans). La implicación emocional del psicólogo es demasiado acusada, dado que, casualidades de la vida, la madre del chico es un antiguo, pero todavía presente, amor de éste. Consecuencia: el psicólogo cae en las redes de la contratransferencia y no se da cuenta a tiempo de las tretas que el canalla del niño le tiende. La verdad es que si como psicólogo el protagonista (esperemos que no sea trasunto del autor, también psicólogo de profesión) resulta torpe, como Maestro FIDE, es sencillamente patético. Las frecuentes alusiones que se hacen al juego, a sus reglas, a su teoría, a su terminología, están a menudo equivocadas. Parece que alguien le ha echado una mano, pero la labor de documentación es paupérrima. Provoca sonrojo leer que abrir con Peón 4 Rey sea ya por sí solo una apertura española (p. 441). Pero para muestra, un botón:"Julio obtuvo piezas blancas y efectuó una apertura francesa. Nico le sorprendió con una apertura inesperada" (p. 425) ¿De qué estará hablando? En fin, la verosimilitud del relato sufre indeciblemente con estas soberbias ignorancias (el concepto de celada que se maneja en la novela también se las trae). Quizá un lector menos avisado pueda pasar por alto estas torpezas (debieron de pasarlas desde luego los miembros del Jurado literario), pero el caso es que el autor ha pretendido que el ajedrez funcione como catalizador de la narración: lo que desde aquí le decimos es que si un ajedrecista hubiera utilizado con tan poco rigor los conceptos de su juego nadie le habría dado un premio.

Francisco J. Fernández

Lucena: La evasión en ajedrez del converso Calisto

Ricardo Calvo, Lucena: La evasión en ajedrez del converso Calisto, prólogo de Fernando Arrabal, Ciudad Real, Perea Ediciones, 1997, 181pp.

Aunque se publicó hace 10 años, no había tenido oportunidad de leerlo hasta este mismo verano. El que estuviera recomendado por el genial Fernando Arrabal (autor de la novela ajedrecística La torre herida por el rayo, que me cautivó cuando era chaval) era ya una cierta garantía, sobre todo porque lo que decía Arrabal tenía la impresión de haberlo leído ya. En efecto, sólo hay que comparar este prólogo con el presente en la edición de Consolación Baranda de la Segunda Celestina de Feliciano de Silva (Madrid, Ediciones Cátedra, 1988) para darse cuenta de que el mirobrigense está aprovechando antiguas reflexiones haciendo de su capa un sayo. Tal coincidencia viene dada porque el libro de Lucena (Repetición de amores y arte de axedres con CL iuegos de partido, Salamanca, 1497) es una extraña mixtura de ajedrez y literatura, donde los motivos celestinescos cobran gran importancia. El ensayo de Ricardo Calvo tiene de novedoso frente al de otros eruditos la perseguida perspectiva global, es decir, intenta aunar la problemática puramente ajedrecística (a saber, la colección de 150 problemas (o juegos de partido) que ofrece Lucena bien sean con las reglas modernas o juego "de la dama" o con las reglas medievales o juego "del viejo" y la Repetición de amores en que consiste la primera parte del libro (Repetición es un término que procede del ambiente universitario salmantino de la época y que viene a significar algo así como "lección"). Esta conexión se consigue mediante el descubrimiento de ciertas intersecciones que retroalimentan las dos partes del tratado de Lucena. La labor histórica e historiográfica (abundante bibliografía para el que quiera dulcemente perderse en ella) de Ricardo Calvo es notable, apuntando hipótesis (la relación de Lucena con Fernando de Rojas, el autor de La Celestina), relacionando libros (el de Lucena y el desaparecido de Francesch Vicent, de 1495, que contenía al parecer 100 problemas) y solventando enigmas con gran ingenio (como cuando descifra el mensaje oculto en un poema acróstico). Como es sabido fue en esta época cuando se fraguaron las reglas que aún hoy, con algunas pequeñas diferencias, siguen vigentes. En aquella época sin embargo la mayor parte de las partidas se hacían con apuesta de por medio (durante mi viaje de novios en París tuve oportunidad de jugar así en el bar Le Cloitre de París, en aquel entonces con 10 francos por partida, y, según me han contado, en la Cafetería La Estrella de Jaén, también se jugaba con dinero de por medio hace algunos años). Quizá alguno piense que el ajedrez se menoscaba por ello, dado que la finalidad de juego ha de ser el propio juego, pero, por lo que yo he visto, pocos son los jugadores que llevan a la práctica tan elevado concepto. Por lo demás, me resulta difícil juzgar las costumbres de otra época cuando las contemporáneas tampoco las entiendo del todo. En fin, un libro que hará las delicias de los que tengan almas de eruditos.

Francisco J. Fernández

Cuentos de ajedrez. Alrededor de un tablero

VV.AA., Cuentos de ajedrez. Alrededor de un tablero, prólogo de Juan Pedro Aparicio, sel. y com. de partidas de D. Vivancos Allepuz, Madrid, Editorial Páginas de Espuma, 2005, 284 pp.


La editorial Páginas de Espuma se ha especializado en ofrecer antologías de cuentos siguiendo diferentes temáticas. En este ocasión le ha tocado el turno al ajedrez. De esta manera, se han seleccionado 14 cuentos de diferentes autores (algunos ya publicados, otros inéditos) acompañados de otras 14 partidas de ajedrez que sirven de ilustración, así como de alguna posición (como la derivada del triángulo de Déletang para dar el mate de alfil y caballo) que ayude a aclarar el sentido de lo que se narra en los cuentos. La labor de David Vivancos espigando las partidas (desde Légal hasta Lautier pasando por partidas de Steinitz, Capablanca, Alekhine, Nimzowitsch, Najdorf, Fischer o Karpov) es bastante meritoria, pues algunos de los cuentos están demasiado abiertos para una ilustración ajustada y de ahí que en ocasiones la misma no haya habido más remedio que hacerla por consideraciones solamente externas. No obstante, el resultado es óptimo en su conjunto.
En cuanto a la calidad de los relatos se da cierta disparidad, como suele ser habitual por otra parte en las antologías. Disparidad asimismo en las técnicas narrativas empleadas: desde un tratamiento de prosa poética (como el de Cristina Peri Rossi) hasta un microrrelato (como el de Juan Pedro Aparicio). Otros son, empero, más convencionales aunque no dejan de tener su gracia, como el del náufrago que cree estar jugando al ajedrez cuando en realidad lo está haciendo a los barquitos. El componente ajedrecístico de los relatos es a menudo enfatizado, pero no sé hasta qué punto se consigue lograr transmitir la emoción del juego si el lector es lego en estos asuntos. De hecho, si me animo a publicar esta reseña es por una cierta casualidad. Resulta que estoy echándome un match sobre la defensa 2 caballos con mi buen amigo José Manuel Villar. Pues bien, él, con blancas, emplea el ataque Max Lange, que da lugar a posiciones complicadísimas. Aunque había leído el cuento de Abelardo Castillo "La cuestión de la dama en el Max Lange" (pp.17-31) hace casi dos años, sólo ahora he podido disfrutar verdaderamente del relato en cuestión. La razón es que ahora ya entiendo por qué la posición requiere pararse a pensar durante un buen rato (el suficiente para que en el interín al protagonista le dé tiempo a matar a su mujer). Ahora bien, el problema es que si el relato necesita ayuda externa para sostenerse literariamente (para alcanzar cierta verosimilitud) eso significa solamente que no es capaz de conseguirlo mediante procedimientos puramente narrativos, lo que implica que esta ayuda ha de incluirse en el Debe de la técnica narrativa del autor. La cuestión es, con todo, difícil de solventar y a veces da la impresión de que es el vengativo tributo que el ajedrez se cobra por ser utilizado para estos menesteres. No obstante, se trata de una bonita iniciativa que desde aquí aplaudimos.

Francisco J. Fernández

Los secretos de la estrategia moderna en ajedrez


John Watson, Los secretos de la estrategia moderna en ajedrez. Avances desde Nimzowitsch, trad. de J. S. Morgado y R. G. Alvarez, Gambit Publications, London, 2002, 304 pp.

Quizá sea por mi condición filosófica, pero no he podido dejar de pensar en los antiguos sofistas griegos mientras leía el libro del MI John Watson. En efecto, me refiero a aquellas tesis en torno a la imposibilidad de enseñar, de comunicar los conocimientos, que un Gorgias, por ejemplo, mantenía. El libro de este moderno sofista tiene la misma socarrona desfachatez que tenían los sofistas antiguos, aquellos que santamente indignaban al gran Platón. Claro está que de lo que aquí se está hablando es de ajedrez y no del Ser o la Naturaleza, pero formalmente las discusiones no son tan diferentes.
De hecho, acometo la reseña de este libro con sentimientos encontrados. Desde luego, he disfrutado leyéndolo (y releyéndolo) y no puedo dejar de recomendarlo como lectura, pues en él se encuentran cuestiones teóricas que no es fácil ver por entre la literatura ajedrecística al uso. Además, la selección de partidas que nos presenta ofrece un panorama bastante completo de la complejidad del ajedrez moderno y los comentarios ajenos de que se ayuda a la hora de ilustrar sus tesis (Dvoretsky, Suba, etc.) son siempre muy significativos. Por último, cabe resaltar la paradójica voluntad antipedagógica del tratado, como insistiendo en que a fuerza de no querer enseñar nada tal vez sea posible aprender algo. O, mejor dicho, que su eventual enseñanza sea enseñanza negativa, es decir, que critica y destruye lo que se cree saber.
La tarea que se ha propuesto no puede dejar de parecernos simpática, pero el caso es que para que nos caiga del todo bien ha de ser corregida y perfilada en algunos puntos. He observado, efectivamente, algunas imprecisiones conceptuales, algunas contradicciones, algunas tergiversaciones (hacer decir a las cosas lo contrario de lo que dicen) y algunas, pura y llanamente, simples equivocaciones. No estoy seguro, sin embargo, de que la corrección de las mismas eliminara ese sentimiento ambivalente que el libro me inspira, pues es posible que todavía quedara en pie lo más importante del mismo.
La cosa va de lo siguiente. A partir de 1935 (muerte de Nimzowitsch) se puede decir que empieza el ajedrez moderno propiamente dicho. Watson reconoce que la fecha es un tanto arbitraria (todavía en ese año Lasker, de 67 años, juega en el II Torneo Internacional de Moscú, quedando a medio punto del vencedor sin perder una sola partida, y al año siguiente un Capablanca ilusionado, tras perder Alekhine con Euwe la corona de Campeón del Mundo, se impondría, con 47 años, en los torneos de Moscú y Nottingham), pero como punto de partida para su reflexión se puede admitir sin demasiados problemas. Más importancia tiene que desde 1935 para acá Watson no distinga ni etapas ni evolución ni nada en lo que él llama ajedrez moderno, aunque a veces da la impresión de distinguir dentro del mismo el que se juega desde hace unos 20 años, al que cabría llamar tal vez ajedrez contemporáneo. Sólo en una ocasión, salvo error por mi parte, comentando una posición entre Lilienthal y Ragozin (Moscú, 1935) a propósito del concepto de "profilaxis" hace referencia a "la primera parte de la era moderna" (p. 234), quedándose uno sin saber cuándo acaba esa primera parte y empieza la segunda o una eventual tercera. En su descargo tal vez pudiera aducirse que el asunto resultaba demasiado complicado y se hubiera tenido que salir de los límites del libro, pero el caso es que causa cierto estupor que lo "moderno" tenga un carácter tan difuso. De hecho, esta imprecisión hace que jugadores cronológicamente "modernos" sean ninguneados por Watson cuando descubre en ellos que no están a la presunta altura de los tiempos. A mi juicio, el caso más flagrante es el de Salo Flohr, cuando, recogiendo un comentario suyo sobre Bobby Fischer ("aún tan tarde como en 1972") y su favorita variante Najdorf del peón envenenado, Watson sentencia: "Notese que Flohr habla de "reglas" y "leyes", lo cual es precisamente la construcción que el jugador moderno desaprueba con mayor frecuencia" (p. 18). No he sido capaz de encontrar la cita original de Flohr pero creo que Watson oculta adrede que Fischer prefirió no insistir en tomar ese peón tras su derrota con esa misma variante en la undécima partida con Spasski de su match de 1972 (es sabido que a partir de entonces aparecieron en el llamado Match del Siglo esas Alekhines o esa Pirc que el americano no había jugado prácticamente nunca). Comentarios análogos o de parecida naturaleza se pueden encontrar sobre Fine e incluso Anand. El no obstante siempre alabado Tigran Petrosian hubiera puesto en serias dificultades a Watson si se hubiera querido fijar en algo que este dice: "confío en que el lector ha asimilado bien las leyes de la estrategia ajedrecística" (Petrosian, Ajedrez en la cumbre, trad. de M. Suárez Sedeño, Madrid, Ediciones Eseuve, 1993, p. 31) o esto otro: "he analizado las partidas del torneo de Viena, de 1898, y he llegado a la conclusión de que muchas cosas que se consideraban novedades ya se habían jugado hace setenta u ochenta años" (D. Bjelica, Reyes del Ajedrez, Tigran Petrosian, trad. de Z. Stamencic, Madrid, Zugarto ediciones, 1993, pp.175-176). Con estos testimonios en contra sólo quiero hacer ver que la cosa es más complicada de lo que quiere hacernos creer Watson y que los límites entre lo clásico y lo moderno son prácticamente indistinguibles. Dudo mucho de que alguien pueda diagnosticar con certeza qué hay de clásico o qué de moderno en el medio juego de una partida cuya autoría desconocemos. He hecho esta prueba varias veces entre jugadores fuertes (incluso reproduciéndola entera, lo que es una evidente ventaja para aquel que domine los entresijos de la teoría de aperturas) y el porcentaje de identificaciones correctas deja mucho que desear. Creo que se trata de una prueba al contrario de lo que viene a defender Watson; que es posible reconocer lo moderno. Pues no. No podemos y probablemente es una suerte que no podamos hacerlo, pues ello indicaría que la temporalidad y la historia repercuten en el ajedrez mucho menos de lo que algunos desearían. Por otra parte, no es extraño que así suceda si nos acordamos de la afirmación de Ferdinand de Saussure en torno a la perfecta metáfora que constituye el ajedrez para el funcionamiento de la lengua en general: dado que es un sistema cerrado no caben modificaciones esenciales. Las cuestiones de estilo, por ejemplo, son características discursivas, no lingüísticas. Dicho con un ejemplo: Quevedo o Góngora tenían estilos poéticos contrapuestos (conceptismo-culteranismo), pero hablaban la misma lengua. Hacer apología de un determinado estilo no es más que una opción, tan legítima como su contraria, pero no más evolucionada ni mejor.
Y, no obstante, se comprende este interés de Watson por reivindicar el análisis concreto aplicado al ajedrez. Lo que no sé si sabe es que esta perspectiva, típica de la Escuela Soviética, procede de una frase de Lenin, el revolucionario bolchevique: "análisis concreto de una situación concreta". Y se comprende que haya echado por la ventana las leyes de la estrategia con tal de deshacerse de una serie de hueras recomendaciones que encontramos por doquier en los manuales. Pero es que a veces, y cabe presumir que muy a su pesar, no tiene más remedio que reconocer el descubrimiento de algunas de estas leyes, como cuando comenta el tema de la pieza superflua de Dvoretsky o cuando recuerda lo que decía Znosko-Borovski, es decir, cuando nos encontramos con ventaja material bajo ninguna circunstancia debemos apartar a "deberes defensivos ninguna pieza que ejerza presión sobre la posición enemiga) (p. 22). ¿Qué son sino leyes este tipo de recomendaciones? Lo que hace falta es más formulaciones de este estilo, no menos. Otra cosa es que, dada la heterogeneidad práctica entre lo táctico y lo estratégico, uno no pueda ponerse a pensar en partida sobre piezas superfluas o lo que decía Znosko-Borovski, pues casi con seguridad se dejará en el camino la partida (por eso decía Kotov que había que emplear el tiempo del contrario en consideraciones posicionales y el propio en el mero cálculo de variantes). Pero resulta que eso es un problema psicológico, no ajedrecístico, es decir, que no atañe a la teoría ajedrecística, que es después de todo de lo que se trata.

Francisco J. Fernández

Siluetas del ajedrez ruso

Genna Sosonko, Siluetas del ajedrez ruso, Editorial Dancadrez, Sevilla, trad. de A. S. Villegas Grippo, pról. de Julián Alonso Martín, 2007, 255 pp.

Conocía la obra de Sosonko, Siluetas del ajedrez ruso, por las referencias que hace de él Kasparov en Mis geniales predecesores. Sólo ahora me doy cuenta de lo mucho que le debe. Muchos de los más interesantes apuntes o anécdotas que relata éste son contribuciones de Sosonko. Pero no sólo eso, sino que también le debe en buena medida la interpretación misma que hace de los diferentes jugadores así como del ajedrez soviético en general.

El libro de Sosonko tiene su origen en una serie de semblanzas publicadas en New in Chess. Es un libro de homenajes y por sus diferentes capítulos desfilan campeones del mundo y entrenadores, judíos y letones, comunistas y desencantados, dogmáticos y desequilibrados. En efecto, Sosonko realiza semblanzas a Tal, Botvinnik, Polugaievsky, Geller, Olga Capablanca, Zak (primer entrenador de Spasski), Semyon Furman, Alexander Koblenz, Alvis Vitolins, Levenfish, pero necesariamente aparecen en los retratos una miríada de personajes tan apasionantes como los seleccionados. No obstante, el libro es también algo más. Sosonko emigró a Holanda en 1972, huyendo del clima asfixiante de la extinta Unión Soviética. Tenía 29 años y había ejercido de entrenador de Tal o Korchnoi. Fue una decisión difícil pues se trataba en principio de un viaje sin retorno. Establecido en Holanda desde entonces ha ejercido su carrera de ajedrecista defendiendo el pabellón de los tulipanes, así como entrenando a diferentes promesas (como Piket). Pero es que el libro responde a un impulso más íntimo. De hecho, sus páginas destilan cierta tristeza o, mejor, melancolía. Por eso es también una especie de autobiografía o confesión (en terminología de María Zambrano). Trata de explicar esa dificultad mayúscula en la que consistía vivir en la Unión Soviética, en la que consistía sobrevivir en ese "desastre oscuro" (que diría Alain Badiou) del socialismo real. Lo paradójico es que las personalidades retratadas ofrecen un panorama tan variopinto que las tesis que defiendan la absoluta cerrazón de la vida soviética se encontrarán en un serio aprieto. Sosonko se da cuenta de ello y lo explica diciendo algo así como que en el ajedrez se daban las condiciones para que los talentos y las energías se derrocharan "en campos relativamente neutrales" (pág. 28). Esta explicación como de psicología social no sé si satisfará a todo el mundo, pues viene a defender que hubo una sublimación generalizada que tuvo en el ajedrez una feliz concreción, una suerte de válvula de escape por la que optaron inconscientemente decenas de miles de personas subyugadas. Claro está que lo que no se entiende a continuación es por qué el Estado soviético, con Krilenko a la cabeza, apostara tan fuertemente por esa misma válvula de escape.
Quizá llame la atención la presencia de tres entrenadores como Zak, Furman o Koblenz (aunque también se menciona a Tolush o Bondarevski, entre otros). El de mayor talento ajedrecístico fue seguramente Furman, pero sus respectivas carreras tuvieron su apogeo en el momento en que se encontraron con sus talentosos alumnos, Spasski, Karpov o Tal, respectivamente. Es posible que hasta el concepto de alumno no les haga justicia, que su concepto responda más bien al de discípulo, pues su relación no era estrictamente académica o deportiva. A diferencia de Botvinnik, cuyos discípulos no podían sentirse superiores a él, Spasski, Karpov o Tal eran objetivamente más fuertes que ellos. Las páginas dedicadas a desentrañar esta extraña situación de sacrificio de las aspiraciones propias están excelentemente escritas y son de lo mejor de este delicado libro.
El propósito inicial de Sosonko era que ese tiempo pasado no se perdiera del todo. Aunque la nostalgia sea un hablar inexacto, lo que aquí puede leerse tiene siempre la cualidad de la vivencia, hasta el punto de que uno llega a lamentar no haber compartido más allá de estas páginas lo que Sosonko nos cuenta.

Francisco J. Fernández

AVRO 1938. Uno de los grandes Torneos de la Historia

VV.AA., AVRO 1938. Uno de los grandes Torneos de la Historia, recop. G. Toradze, trad. de M. Suárez, Editorial Chessy, Santa Eulalia de Morcín, 2008, 238 pp.
En 1938 se organizó en Holanda por parte de la Algemeene Veereniging voor Radio Omroep (AVRO) uno de los mayores acontecimientos ajedrecísticos de todos los tiempos. Los ocho mejores jugadores del momento se enfrentarían a doble vuelta en un torneo que tenía por objetivo designar un candidato para luchar con Alexander Alekhine por la corona mundial. Los jugadores elegidos fueron los siguientes: Alekhine, Capablanca, el soviético Botvinnik, los americanos Reuben Fine y Samuel Reshevsky, el holandés Max Euwe, el checoeslovaco Salo Flohr y el estonio Paul Keres. Ya en su momento hubo voces protestando por ciertas ausencias: la de Lasker especialmente, pero en general la de los jugadores más veteranos como Spielmann, Bogoljubov, Marshall, Tartakower, Kostic, Grünfeld, Maroczy, así como Levenfish. Hubo también serias dudas acerca del sistema de competición elegido, con continuos viajes por diferentes ciudades holandesas (¡Utrecht, Breda, Groningen, Arnhem, y así hasta diez!) y escasos días de descanso, por no decir ninguno. Todo ello, claro está con la intención de aminorar gastos y generar más ingresos con la venta de entradas en las diferentes salas de juego. Así las cosas, no resultó extraño, y de ello se dieron cuenta ya los cronistas de la época, que los ajedrecistas con mayor resistencia física, es decir, los más jóvenes, rindieran mejor que los veteranos: Capablanca, de 50 años, quedó séptimo; Alekhine, de 46, cuarto. Keres (de 22) y Fine (de 23) primeros. Por otra parte, no estaría de más que el lector reflexionara sobre las fechas del torneo, esto es, otoño de 1938, en vísperas de la II Guerra Mundial. De hecho, el pobre resultado de Flohr (último), incapaz de ganar una sola partida y siendo vencido en otras cinco, parece que fue debido en parte a los acontecimientos que estaban sucediéndose en su país, Checoeslovaquia, con la anexión alemana de una parte de su territorio ante la pasividad internacional.

En fin, la idea del libro es mérito de G. Toradze, el cual se ha dedicado a recopilar toda la información disponible sobre el evento, rastreando en los viejos números de los años 30 de la revista "Ajedrez en la URSS" o la mítica "64", así como seleccionando pasajes de las obras de los respectivos protagonistas en que el torneo se convertía en tema principal. De esta manera, junto con las pintorescas crónicas de Tartakower, se traza un retrato, a veces impresionista, otras más sistemático, del torneo AVRO 1938. El libro ofrece además el comentario de las 56 partidas jugadas. Tales comentarios (algunos de ajedrecistas tan importantes como Panov, Blumenfeld, Belavenets o Lilienthal, entre otros) quizá precisen de ciertas correcciones, pero tienen un aroma de otros tiempos, con lo cual el panorama ofrecido por el volumen es muy completo y significativo.

Resta por saber el interés que un libro así puede tener para un jugador actual: el propio Botvinnik se lo llega a preguntar y así lo contesta en el prólogo: "el pensamiento ajedrecístico de nuestro tiempo no se ha desarrollado tan impetuosamente como para que las partidas del torneo AVRO tengan sólo un interés histórico" (P. 9). Es decir, no sólo es historia lo que aquí se ofrece, sino ajedrez vivo, tan útil (o tan inútil) como las últimas creaciones de Kramnik o Ivanchuk. Evidentemente, aquellos que miren el índice de aperturas utilizadas entonces por si coinciden con su repertorio puede que se lleven alguna sorpresa: no se jugó ninguna siciliana, ni ninguna india de rey. Pero aquellos que jueguen nimzoindias (12 se jugaron) o Grünfelds (8) o indias de dama (otras ocho) o españolas (7) se llevarán un chasco si buscan novedades, pero no tanto si de repente comprenden que el movimiento que hacen automáticamente y al toque en su práctica diaria procede de partidas como las que aquí se encuentran. Descubrir algo así tiene algo de homenaje, pero también de comprensión, que es después de todo lo que muchos buscan.


Francisco J. Fernández

Zugzwang


Ronan Bennett, Zugzwang, Barcelona, Edt. Mondadori, trad. de M. Viaplana, 2008, 271 pp.

Otra novela más explotando las supuestas virtudes narrativas del ajedrez. En este caso, llevando la explotación hasta el título mismo: Zugzwang, término alemán que hace referencia a la obligación de mover (en vez de pasar, por ejemplo) que se da en el juego (por cierto, que es tan graciosa como patética en general la forma en que los ajedrecistas se suelen referir a este término -en cuanto a cómo lo escriben, ya no digo más nada). La novela acaba precisamente con una bonita posición de Zugzwang, correspondiente a la partida King-Sokolov del campeonato de Suiza del año 2000. Ahora bien, la lección que con esta metáfora ajedrecística se quiere extraer de todo ello (básicamente, la necesidad de posicionarse ante las injusticias del mundo o la sociedad) es mucho más endeble. La novela ésta no es más que un mediocre thriller que juega con los requisitos básicos del género del best-seller: un lenguaje al servicio de la acción; poco cuidado, pero trufado de pedanterías; una puesta en escena que avanza como por secuencias cinematográficas, unas paginitas de cierta sensualidad para matar el aburrimiento del propio escritor y una serie de personajes que se pretende que sean singulares. Si, después de todo, le dedicamos estas líneas es para avisar a esas almas de dios que adquieren cualquier cosa que huele a ajedrez. ¿En qué sentido hiede a ajedrez este novelón? Pues, aparte de lo dicho sobre el Zugzwang, el lector encontrará aquí y allá ciertos nombres que le suscitarán algunas reminiscencias (Petrov, Grischuk, Yusupov, Gulko, etc.). No se dejen engañar por estos guiños: no significan nada. Son pequeñas coqueterías. Más importancia puede que tenga el hecho de que el relato transcurre en San Petersburgo durante la primavera de 1914. Aquellas fechas acogieron uno de los torneos de ajedrez más importante de todos los tiempos. Como es sabido, Lasker se impuso y lo más llamativo fue la pobre actuación de Akiba Rubinstein. Trasunto de éste es Avrom Chilowicz Rozental, al cual vemos acudir a la consulta del psicoanalista convertido en narrador de la historia. El pobre Rozental se ve inmerso en un complot para asesinar al Zar, aunque su papel se reduce a ganar el torneo y dejarse después suplantar. En fin, todo es tan absurdo y tan tonto que repugna que Ronan Bennett haya desaprovechado la magnífica metáfora que el ajedrez le había prestado.


Francisco J. Fernández

Petite philosophie du joueur d´échecs, René Alladaye

Petite philosophie du joueur d´échecs, René Alladaye, Cahors, Éditions Milan, 2005, 235 pp.


Paul Morphy lo declaró hace tiempo: el ajedrez es un juego eminentemente filosófico. Lo que eso quiera decir exactamente no es fácil de averiguar, pero para poder ir empezando a entenderlo quizá no esté mal introducirse en esta Pequeña filosofia del jugador de ajedrez que René Alladaye publicó hace un par de años (a la espera estoy de hacerme con un par de libros en inglés que algunos amigos me han hecho notar que relacionan también ajedrez y filosofía: se trata de la reimpresión de un texto de 1857, The philosophy of Chess, de William Cluley, Kessinger Publishing, 2008 y el trabajo colectivo Philosophy looks at Chess, publicado por New in Chess recientemente). Un ensayo tan ligero como apasionado que señala algunos de los lugares donde el ajedrez ofrece más terreno para la especulación.

Es cierto que los filósofos son de lo que no hay, pero tienen un cierto olfato para detectar los problemas importantes, para acudir a los autores que mejor pueden ilustrar cierto asunto (Maquiavelo o Sun tzu o el código guerrero de los samurais), para relacionar temas en principio alejados conceptualmente (comparando por ejemplo las reglas del método de Descartes con las instrucciones de Alexander Kotov), para sugerir alguna idea brillante (como la consideración dialógica de la partida de ajedrez). Todo ello lo hace de manera elegante René Alladaye, aunque también es cierto que se echa de menos una cierta profundidad (y sobra alguna pedantería, como cuando habla del teorema de Zermelo y Von Neumann y lo data en 1912, cuando Von Neumann nace en 1903. Tendré que preguntarle a mi amigo Pedro Reyes, pero creo que Alladaye confunde los trabajos de axiomatización de la teoría de conjuntos en que ambos trabajaron con la fundación de la teoría de juegos y el teorema del minimax de Von Neumann, véase sobre este asunto Jesús Mosterín, Los Lógicos, Madrid, Edt. Espasa-Calpe, 2007, pp. 237-282). Pero es que el libro ha sido deliberadamente concebido con una cierta ligereza. Facilita, claro está, la lectura, pero a mí me da por rabiar porque necesitaría un desarrollo más exhaustivo de esas cuestiones que hacen tener al ajedrez un interés singular.

Lo que nuestro autor ha perseguido es algo un poco distinto: mostrar el interés que un filósofo tiene por el ajedrez, lo que es diferente pues necesariamente se incurre en un comprometido subjetivismo. Consciente de ello, se afana por disminuirlo practicando una exquisita prudencia y una amorosa admiración por los grandes jugadores (Fischer, Kasparov, incluso Karpov). Ahora bien, una vez que la conjunción ajedrez y filosofía ha sido establecida, resta explicar la naturaleza de esa misma conjunción para que no nos quede la sensación de que es algo aleatorio. Esta tarea es sin embargo bastante más ardua, aunque también bastante más interesante. Es una tarea que de hecho se le escapa a los autores que encaran el problema, consiguiendo, en el mejor de los casos, resultados o demasiado parciales o demasiado triviales. Pero, en fin, tal vez haya necesidad de libros como éste (o como el de Diego Rasskin, Metáforas de ajedrez, Madrid, La Casa del ajedrez, 2005), pues, a pesar de la insatisfacción que uno experimenta al acabarlos, tal vez sean como preludios del asalto final, algo así como trompetas de Jericó.


Francisco J. Fernández

Lars Bo Hansen, Fundamentos de la estrategia ajedrecística

Lars Bo Hansen, Fundamentos de la estrategia ajedrecística (Aplicación de los métodos de negocios al ajedrez), Madrid, La Casa del Ajedrez, trad. de A. Gude, 2007, pp.191.

Por fin un libro con una cierta ambición téorica. Aunque había oído hablar de él hace algún tiempo, sólo ahora he podido leerlo por mediación de mi amigo Subirats. El caso es que aunque merecería una segunda lectura más reposada no me resisto a publicitarlo en el blog, pues creo que puede ser verdaderamente útil para que cada uno de nosotros, torpes aficionados, aprendamos a aprovechar mejor las eventuales virtudes que poseemos. No creo ser una excepción si digo que muchas veces tengo la impresión de malgastar mis fuerzas intentando mejorar mi juego. Los resultados que consigo son descorazonadores y el incremento de mi nivel ajedrecístico ínfimo (por no declarar que sencillamente va hacia atrás). Pues bien, lo que propone el GM danés Lars Bo Hansen es, en primer lugar, identificar qué clase de jugador es uno, con sus virtudes y defectos. En segundo lugar, nos invita a jugar en función de esas virtudes y evitando caer en esos defectos adoptando una perspectiva de dentro a afuera (es decir, la perspectiva de utilizar lo que hacemos bien, sea ello lo que sea: calcular, analizar, imaginar, etc.). Para ello, establece una matriz de dos por dos tal que ésta:
           HECHOS      CONCEPTOS
LOGICA     Pragmáticos Teóricos
INTUICION  Activistas  Intuitivos 
Matriz donde uno quedaría eventualmente encuadrado. Como quizá estos conceptos no digan demasiado, rellenaremos, siguiendo a Hansen, la matriz con conocidos jugadores para que se vuelva más significativa.
             HECHOS      CONCEPTOS
LOGICA       Lasker      Philidor
             Euwe        Steinitz
             Alekhine    Tarrasch
             Keres       Nimzowitch
             Korchnoi    Reti
             Spassky     Botvinnik
             Fischer     Kramnik
             Kasparov    Leko
             Topalov
             Svidler

INTUICION    Pillsbury   Rubinstein
             Bronstein   Capablanca
             Tal         Smyslov
             Anand       Petrosian
             Shirov      Karpov
             Morozevich  Adams
             Topalov

Evidentemente, estos encuadres puede que quepan ser discutidos (¿dónde encuadrar a Larsen, por ejemplo? Además, parece que por un descuido, al autor (cfr. p. 121 y 149) se le ha colado Topalov en dos categorías diferentes), pero el esfuerzo de clasificación conceptual es meritorio, dado que consigue que las diferencias individuales de los jugadores queden subsumidas en una categoría más amplia. De ahí que todo un Spassky pueda ir al lado de un defensivo Korchnoi. Ciertamente, hay problemas. Creo recordar que Dvoretsky entendía que la naturaleza del ajedrez de Tal era de la misma índole que el de Capablanca, pero Hansen probablemente replicaría que es su faceta intuitiva lo que los une. Recuerdo también haber leído que Spassky clasificaba a los jugadores en creyentes y no creyentes. Es decir, aquellos que respetan las leyes apenas escritas del ajedrez en torno a la estrategia (el propio Spassky, según él mismo reconoce) y los que están siempre dispuestos a profanarlas (Korchnoi, Larsen). En cualquier caso, estas cuatro figuras del espíritu ajedrecístico parecen bastante sólidas (de ahí que me parezca que Hansen dispara con perdigones cuando habla de Watson y su concepto de ajedrez moderno, pues esta clasificación desde luego relativizaría la importancia de esa presunta modernidad). De lo que se trataría entonces es de saber dónde estamos, cuáles son nuestras querencias, así como de averiguar quién tenemos delante, para actuar en consecuencia.

Claro está, no obstante, que inmediatamente surgen algunas interrogaciones: ¿Cómo jugar contra una computadora? ¿Cómo jugar contra alguien que tiene nuestro mismo estilo? A estas preguntas Hansen no responde y es posible incluso que no se pueda responder satisfactoriamente. Sin embargo, no sería magro resultado que supiéramos jugar contra todos los demás (quizá esté relacionado con todo ello el concepto de cliente, es decir, aquel jugador que sistemáticamente pierde -o a lo sumo empata- contra determinado jugador a pesar de su indudable valía: Shirov ante Kasparov, por ejemplo, o Tal frente a Korchnoi, entre otros). En fin, la parte más interesante del libro es aquella en que Hansen ilustra con partidas y jugadas concretas la elección que determinados jugadores hacen en función del conocimiento de sus respectivas habilidades así como las del contrario en vez de fijarse en la verdad de lo que ocurre en el tablero. El resultado es bastante convincente en conjunto, aunque no se consiga una certidumbre metafísica sino más bien moral, por hablar como los filósofos del siglo XVII.

Para acabar, no puedo dejar de mencionar el concepto "relación de asalto", que Hansen estudia. Parece que proviene de Tal (y en parte de Alekhine) y hace referencia a la siguiente fórmula:
                      Número de piezas atacantes
Relación de asalto = ---------------------------
                     Número de piezas defensoras
Aunque Hansen no lo menciona, todo ello me ha recordado algo que llevo estudiando desde hace algún tiempo, sin grandes avances, por otra parte. Es la llamada ley de Lanchester, "según la cual la fuerza de un ejército es proporcional al cuadrado de los efectivos utilizados" (David Alvargonzález, "Análisis gnoseológico del campo de la teoría de juegos", Revista El Basilisco, nº28, 2000, p.18). Esta formulación parece más interesante que la propuesta por Hansen, la cual por otra parte, no define los conceptos de ataque/defensa. Haciendo mis propias cuentas, he conseguido en ocasiones, aplicando la ley de Lanchester, dar un valor numérico aproximado al que ofrecen las computadoras, pero los resultados no han sido nada concluyentes, probablemente debido a mi poca pericia matemática y a que es muy difícil definir las casillas comprometidas en un ataque o una defensa (como ilustración de mi proceder diré que tomaba el cuadrado que forma el salto de un caballo en torno al rey). En fin, un libro que abre nuevas perspectivas y que, al menos en mi caso, merece una segunda lectura.

Francisco J. Fernández

Icchokas Meras, Tablas por segundos

Icchokas Meras, Tablas por segundos, Barcelona, RBA Libros, 2004, trad. de Macarena González, 159 pp.

Desde muy antiguo ha sido frecuente poner a la Muerte o al propio Diablo a jugar al ajedrez. Recuerdo en este sentido la película de Bergman, El séptimo sello, o las leyendas que corren en torno al ajedrecista italiano del siglo XVI Paolo Boi. Estas figuras representaban algo así como el Mal. No obstante, desde el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial, la Muerte o el Diablo han perdido parte de su siniestro prestigio y han debido concedérselo a los nazis. Alain Badiou lleva protestando desde hace tiempo contra esta ideológica absolutización del Mal concedida al nacionalsocialismo hitleriano, pero su posición es francamente minoritaria.

En cuanto al ajedrez, ha debido sufrir también esta conversión. Paolo Maurensig así lo hizo por ejemplo en su libro La variante Luneburg (publicado en Tusquets hace unos años), pero es que antes, en los años 60, lo había hecho el escritor lituano Icchokas Meras (nacido en 1934), que padeció en sus propias carnes la persecución y exterminio sobredichos. Este es el libro que reseñamos.

El protagonista, un muchacho judío de diecisiete años, ha de enfrentarse al comandante del gueto en una partida de ajedrez. Si gana, perderá su vida, pero salvará de la deportación a los niños del gueto. Si pierde, salvará su vida, aunque los niños serán deportados. La única forma de escapar de esta dramática disyunción es obtener unas tablas (a ello hace referencia el título de la novela): en ese caso, las cosas seguirán como estaban.

Mientras la partida se desarrolla (sin apenas indicaciones que nos permitan representarnos la misma), se nos relatan las vicisitudes de algunos miembros de la familia del muchacho: la hermana pequeña asesinada y colgada en la calle, el hermano mayor que se suicida (filósofo por más señas), la hermana cantante que se prostituye... En fin, un variopinto panorama de desgracias de dudoso interés literario.

Como todo el mundo sabe, el ajedrez es un juego de los llamados de suma cero: eso significa que la ganancia de uno supone en la misma medida la pérdida del rival. Cuando el Mal juega al ajedrez, lo primero que hace es pervertir esta singular característica; como no conforme con la justicia de la suma. Le dan ganas a uno de pensar que el Mal reside entonces en el exterior del tablero, en lo que lo rodea, en las condiciones de la Realidad, y, así, que el tablero es un paraíso de justicia, es decir, de crueldad sublimada.


Francisco J. Fernández

Libro del ajedrez, de sus problemas y sutilezas

Libro de ajedrez, de sus problemas y sutilezas, de autor árabe desconocido, texto árabe, traducción y estudio previo por Félix M. Pareja Casañas, Valladolid, Editorial Maxtor, 2007.

El padre jesuita Félix M. Pareja Casañas (1890-1983) publicó en 1935 (Madrid, Imprenta de Estanislao Maestre) dos tomos de una importante obra que ahora la Editorial Maxtor ha publicado en uno, respetando no obstante el antiguo formato. El esplendor cultural de la II República permitió a este arabista, discípulo de Asín Palacios, asumir la difícil tarea de traducir el manuscrito Rich (7515) del Museo Británico. Se trataba en efecto de editar una obra de notable complejidad filológica y ajedrecística. De estos dos retos (con la ayuda entre otras de las clásicas obras de Murray o Linde) salió victorioso el eminente estudioso y el lector aficionado puede disfrutar gracias a él del ajedrez árabe. Lo primero que ha de sorprendernos es la extrema lentitud del juego. Las piezas tardaban muchísimo en entrar en contacto. No en vano los peones sólo avanzaban una casilla y el alfil y la dama (o alferza) tenían unos movimientos muy limitados. De esta forma, caballos y torres eran las piezas más poderosas. Se ganaba la partida por jaque mate, rey robado (o despojado de todas sus piezas) y rey ahogado.

No sabemos quién fue el autor del manuscrito ni con certeza la fecha de composición (aunque Alfonso X el Sabio parece que lo tuvo en cuenta en El Libro de los Juegos), pero sigue la pauta que solían seguir las obras de este tipo: desde el encomio de las virtudes del juego a las advertencias en torno a las formas poco edificantes de jugar. Llama la atención la importancia que se le da al problema filosófico del libre albedrío y la manera en que el autor toma el ajedrez para defenderse de otras maneras de interpretarlo (lo que en la Europa del Medievo se conocía como el fatum mahometanum). En este sentido, Pareja Casañas especula en torno a si es más bien chiíta en vez de suní, decantándose por lo primero. Además, se clasifica a los jugadores según su fuerza (dependiendo de si se les puede dar algún tipo de ventaja) y se establecen valores para las diferentes piezas, llamándonos naturalmente la atención el que se diga que el peón del rey vale 1/6 de dirhem (al igual que el de la alferza y el del caballo de rey) mientras que "el valor de peón de torre es un octavo de dirhem" (tomo I, p. 23). Se incluye además una suerte de ábaco que tiene al tablero de ajedrez por soporte así como una colección de poemas que tienen al ajedrez por protagonista.

El primer tomo es pues la edición del texto, incluido el aparato filológico. El segundo tomo es el comentario detallado del manuscrito junto con la traducción a la notación algebraica de los distintos problemas y aperturas que se estudian en el mismo (así como problemas de fantasía). Evidentemente los árabes no entendían el juego como actualmente lo hacemos, pero de la lectura del manuscrito se puede extraer la conclusión de que su conocimiento del juego era muy profundo. ASí se explica que todo un repertorio de aperturas estuvieran identificadas y dispusieran de nombres tan significativos como "Peón-torrente" o "La estaca".

En fin, un libro verdaderamente soberbio. Recomiendo a los aficionados que practiquen de vez en cuando el ajedrez árabe; creo que puede ser útil incluso a la hora de perfeccionar el juego de aquellos alumnos nuestros demasiado impacientes, pues inevitablemnte han de amoldarse a eso que el poeta Julio Llamazares llamaba la "lentitud de los bueyes".


Francisco J. Fernández

David Shenk, La partida inmortal. Una historia del ajedrez

David Shenk, La partida inmortal. Una historia del ajedrez, trad. de M. Martínez-Lage y C. Pranger, Madrid, Turner Publicaciones, 2009, 319 pp.



Desde los tiempos de Heráclito de Éfeso los filósofos se han malquistado con la mera erudición, con la polimathia, con la simple acumulación de noticias. La forma moderna de la misma no es otra cosa que la llamada divulgación científica. El escritor estadounidense David Shenk es un espléndido representante de ella. Su libro, La partida inmortal, su forma de interpretarla. A partir de la celebérrima partida que Andersen y Kieseritzky disputaron en Londres, 1851, nos va relatando diferentes noticias en torno al ajedrez. Todo ello lo hace en un estilo ágil y atractivo y es una magnífica introducción al universo ajedrecístico en sus diferentes dimensiones (histórica, literaria, política, psicológica, etc.). De hecho, hay que tener un paladar algo educado para poder percibir que el conocimiento que Shenk tiene del ajedrez es empero muy superficial. Este defecto es compensado sin embargo con un aluvión de referencias en general muy acertadas y atractivas por sí mismas. Lo malo es que éstas son completamente exteriores a un verdadero proceso de pensamiento, a una verdadera dialéctica especulativa, es decir, no surgen del desentrañamiento de cierta cuestión sino de la pura acumulación. No es de extrañar en este sentido que de buena parte de ellas su origen sea internet: esto es, no hay más que saber hacer uso de un buscador para que ajedrez + filosofía o ajedrez + psiconálisis generen inmediatamente miles de páginas que desarrollan tales binomios. Como el divulgador científico se hace una idea muy perfilada de su eventual lector (una idea evidentemente falsa pero muy real por así decirlo), todo aquello que parezca atentar contra esta idea será combatida (pues de lo que se trata es de que ningún lector abandone el libro debido a su dificultad). Si es preciso, se recurrirá a un profesor de filosofía para iluminarnos en torno a una distinción que cualquier alumno de bachillerato conoce (verbigracia, entre el racionalismo de Descartes y el empirismo de Locke, pág. 86). El trabajo consiste después en resumir con talento lo más interesante o desgajar las citas que hemos encontrado. No hay por qué condenar el procedimiento por sí mismo, claro está, pero sí avisar de que mediante el exclusivo uso del mismo no se podrá decir sino lo que ya está dicho. Quizá fuera eso no obstante lo que se pretendía: en cualquier caso, eso es exactamente lo que le ocurre a este libro.


Francisco J. Fernández
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...