lunes, 11 de marzo de 2013

Lucena: La evasión en ajedrez del converso Calisto

Ricardo Calvo, Lucena: La evasión en ajedrez del converso Calisto, prólogo de Fernando Arrabal, Ciudad Real, Perea Ediciones, 1997, 181pp.

Aunque se publicó hace 10 años, no había tenido oportunidad de leerlo hasta este mismo verano. El que estuviera recomendado por el genial Fernando Arrabal (autor de la novela ajedrecística La torre herida por el rayo, que me cautivó cuando era chaval) era ya una cierta garantía, sobre todo porque lo que decía Arrabal tenía la impresión de haberlo leído ya. En efecto, sólo hay que comparar este prólogo con el presente en la edición de Consolación Baranda de la Segunda Celestina de Feliciano de Silva (Madrid, Ediciones Cátedra, 1988) para darse cuenta de que el mirobrigense está aprovechando antiguas reflexiones haciendo de su capa un sayo. Tal coincidencia viene dada porque el libro de Lucena (Repetición de amores y arte de axedres con CL iuegos de partido, Salamanca, 1497) es una extraña mixtura de ajedrez y literatura, donde los motivos celestinescos cobran gran importancia. El ensayo de Ricardo Calvo tiene de novedoso frente al de otros eruditos la perseguida perspectiva global, es decir, intenta aunar la problemática puramente ajedrecística (a saber, la colección de 150 problemas (o juegos de partido) que ofrece Lucena bien sean con las reglas modernas o juego "de la dama" o con las reglas medievales o juego "del viejo" y la Repetición de amores en que consiste la primera parte del libro (Repetición es un término que procede del ambiente universitario salmantino de la época y que viene a significar algo así como "lección"). Esta conexión se consigue mediante el descubrimiento de ciertas intersecciones que retroalimentan las dos partes del tratado de Lucena. La labor histórica e historiográfica (abundante bibliografía para el que quiera dulcemente perderse en ella) de Ricardo Calvo es notable, apuntando hipótesis (la relación de Lucena con Fernando de Rojas, el autor de La Celestina), relacionando libros (el de Lucena y el desaparecido de Francesch Vicent, de 1495, que contenía al parecer 100 problemas) y solventando enigmas con gran ingenio (como cuando descifra el mensaje oculto en un poema acróstico). Como es sabido fue en esta época cuando se fraguaron las reglas que aún hoy, con algunas pequeñas diferencias, siguen vigentes. En aquella época sin embargo la mayor parte de las partidas se hacían con apuesta de por medio (durante mi viaje de novios en París tuve oportunidad de jugar así en el bar Le Cloitre de París, en aquel entonces con 10 francos por partida, y, según me han contado, en la Cafetería La Estrella de Jaén, también se jugaba con dinero de por medio hace algunos años). Quizá alguno piense que el ajedrez se menoscaba por ello, dado que la finalidad de juego ha de ser el propio juego, pero, por lo que yo he visto, pocos son los jugadores que llevan a la práctica tan elevado concepto. Por lo demás, me resulta difícil juzgar las costumbres de otra época cuando las contemporáneas tampoco las entiendo del todo. En fin, un libro que hará las delicias de los que tengan almas de eruditos.

Francisco J. Fernández

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