lunes, 11 de marzo de 2013

Lars Bo Hansen, Fundamentos de la estrategia ajedrecística

Lars Bo Hansen, Fundamentos de la estrategia ajedrecística (Aplicación de los métodos de negocios al ajedrez), Madrid, La Casa del Ajedrez, trad. de A. Gude, 2007, pp.191.

Por fin un libro con una cierta ambición téorica. Aunque había oído hablar de él hace algún tiempo, sólo ahora he podido leerlo por mediación de mi amigo Subirats. El caso es que aunque merecería una segunda lectura más reposada no me resisto a publicitarlo en el blog, pues creo que puede ser verdaderamente útil para que cada uno de nosotros, torpes aficionados, aprendamos a aprovechar mejor las eventuales virtudes que poseemos. No creo ser una excepción si digo que muchas veces tengo la impresión de malgastar mis fuerzas intentando mejorar mi juego. Los resultados que consigo son descorazonadores y el incremento de mi nivel ajedrecístico ínfimo (por no declarar que sencillamente va hacia atrás). Pues bien, lo que propone el GM danés Lars Bo Hansen es, en primer lugar, identificar qué clase de jugador es uno, con sus virtudes y defectos. En segundo lugar, nos invita a jugar en función de esas virtudes y evitando caer en esos defectos adoptando una perspectiva de dentro a afuera (es decir, la perspectiva de utilizar lo que hacemos bien, sea ello lo que sea: calcular, analizar, imaginar, etc.). Para ello, establece una matriz de dos por dos tal que ésta:
           HECHOS      CONCEPTOS
LOGICA     Pragmáticos Teóricos
INTUICION  Activistas  Intuitivos 
Matriz donde uno quedaría eventualmente encuadrado. Como quizá estos conceptos no digan demasiado, rellenaremos, siguiendo a Hansen, la matriz con conocidos jugadores para que se vuelva más significativa.
             HECHOS      CONCEPTOS
LOGICA       Lasker      Philidor
             Euwe        Steinitz
             Alekhine    Tarrasch
             Keres       Nimzowitch
             Korchnoi    Reti
             Spassky     Botvinnik
             Fischer     Kramnik
             Kasparov    Leko
             Topalov
             Svidler

INTUICION    Pillsbury   Rubinstein
             Bronstein   Capablanca
             Tal         Smyslov
             Anand       Petrosian
             Shirov      Karpov
             Morozevich  Adams
             Topalov

Evidentemente, estos encuadres puede que quepan ser discutidos (¿dónde encuadrar a Larsen, por ejemplo? Además, parece que por un descuido, al autor (cfr. p. 121 y 149) se le ha colado Topalov en dos categorías diferentes), pero el esfuerzo de clasificación conceptual es meritorio, dado que consigue que las diferencias individuales de los jugadores queden subsumidas en una categoría más amplia. De ahí que todo un Spassky pueda ir al lado de un defensivo Korchnoi. Ciertamente, hay problemas. Creo recordar que Dvoretsky entendía que la naturaleza del ajedrez de Tal era de la misma índole que el de Capablanca, pero Hansen probablemente replicaría que es su faceta intuitiva lo que los une. Recuerdo también haber leído que Spassky clasificaba a los jugadores en creyentes y no creyentes. Es decir, aquellos que respetan las leyes apenas escritas del ajedrez en torno a la estrategia (el propio Spassky, según él mismo reconoce) y los que están siempre dispuestos a profanarlas (Korchnoi, Larsen). En cualquier caso, estas cuatro figuras del espíritu ajedrecístico parecen bastante sólidas (de ahí que me parezca que Hansen dispara con perdigones cuando habla de Watson y su concepto de ajedrez moderno, pues esta clasificación desde luego relativizaría la importancia de esa presunta modernidad). De lo que se trataría entonces es de saber dónde estamos, cuáles son nuestras querencias, así como de averiguar quién tenemos delante, para actuar en consecuencia.

Claro está, no obstante, que inmediatamente surgen algunas interrogaciones: ¿Cómo jugar contra una computadora? ¿Cómo jugar contra alguien que tiene nuestro mismo estilo? A estas preguntas Hansen no responde y es posible incluso que no se pueda responder satisfactoriamente. Sin embargo, no sería magro resultado que supiéramos jugar contra todos los demás (quizá esté relacionado con todo ello el concepto de cliente, es decir, aquel jugador que sistemáticamente pierde -o a lo sumo empata- contra determinado jugador a pesar de su indudable valía: Shirov ante Kasparov, por ejemplo, o Tal frente a Korchnoi, entre otros). En fin, la parte más interesante del libro es aquella en que Hansen ilustra con partidas y jugadas concretas la elección que determinados jugadores hacen en función del conocimiento de sus respectivas habilidades así como las del contrario en vez de fijarse en la verdad de lo que ocurre en el tablero. El resultado es bastante convincente en conjunto, aunque no se consiga una certidumbre metafísica sino más bien moral, por hablar como los filósofos del siglo XVII.

Para acabar, no puedo dejar de mencionar el concepto "relación de asalto", que Hansen estudia. Parece que proviene de Tal (y en parte de Alekhine) y hace referencia a la siguiente fórmula:
                      Número de piezas atacantes
Relación de asalto = ---------------------------
                     Número de piezas defensoras
Aunque Hansen no lo menciona, todo ello me ha recordado algo que llevo estudiando desde hace algún tiempo, sin grandes avances, por otra parte. Es la llamada ley de Lanchester, "según la cual la fuerza de un ejército es proporcional al cuadrado de los efectivos utilizados" (David Alvargonzález, "Análisis gnoseológico del campo de la teoría de juegos", Revista El Basilisco, nº28, 2000, p.18). Esta formulación parece más interesante que la propuesta por Hansen, la cual por otra parte, no define los conceptos de ataque/defensa. Haciendo mis propias cuentas, he conseguido en ocasiones, aplicando la ley de Lanchester, dar un valor numérico aproximado al que ofrecen las computadoras, pero los resultados no han sido nada concluyentes, probablemente debido a mi poca pericia matemática y a que es muy difícil definir las casillas comprometidas en un ataque o una defensa (como ilustración de mi proceder diré que tomaba el cuadrado que forma el salto de un caballo en torno al rey). En fin, un libro que abre nuevas perspectivas y que, al menos en mi caso, merece una segunda lectura.

Francisco J. Fernández

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