lunes, 11 de marzo de 2013

Zugzwang


Ronan Bennett, Zugzwang, Barcelona, Edt. Mondadori, trad. de M. Viaplana, 2008, 271 pp.

Otra novela más explotando las supuestas virtudes narrativas del ajedrez. En este caso, llevando la explotación hasta el título mismo: Zugzwang, término alemán que hace referencia a la obligación de mover (en vez de pasar, por ejemplo) que se da en el juego (por cierto, que es tan graciosa como patética en general la forma en que los ajedrecistas se suelen referir a este término -en cuanto a cómo lo escriben, ya no digo más nada). La novela acaba precisamente con una bonita posición de Zugzwang, correspondiente a la partida King-Sokolov del campeonato de Suiza del año 2000. Ahora bien, la lección que con esta metáfora ajedrecística se quiere extraer de todo ello (básicamente, la necesidad de posicionarse ante las injusticias del mundo o la sociedad) es mucho más endeble. La novela ésta no es más que un mediocre thriller que juega con los requisitos básicos del género del best-seller: un lenguaje al servicio de la acción; poco cuidado, pero trufado de pedanterías; una puesta en escena que avanza como por secuencias cinematográficas, unas paginitas de cierta sensualidad para matar el aburrimiento del propio escritor y una serie de personajes que se pretende que sean singulares. Si, después de todo, le dedicamos estas líneas es para avisar a esas almas de dios que adquieren cualquier cosa que huele a ajedrez. ¿En qué sentido hiede a ajedrez este novelón? Pues, aparte de lo dicho sobre el Zugzwang, el lector encontrará aquí y allá ciertos nombres que le suscitarán algunas reminiscencias (Petrov, Grischuk, Yusupov, Gulko, etc.). No se dejen engañar por estos guiños: no significan nada. Son pequeñas coqueterías. Más importancia puede que tenga el hecho de que el relato transcurre en San Petersburgo durante la primavera de 1914. Aquellas fechas acogieron uno de los torneos de ajedrez más importante de todos los tiempos. Como es sabido, Lasker se impuso y lo más llamativo fue la pobre actuación de Akiba Rubinstein. Trasunto de éste es Avrom Chilowicz Rozental, al cual vemos acudir a la consulta del psicoanalista convertido en narrador de la historia. El pobre Rozental se ve inmerso en un complot para asesinar al Zar, aunque su papel se reduce a ganar el torneo y dejarse después suplantar. En fin, todo es tan absurdo y tan tonto que repugna que Ronan Bennett haya desaprovechado la magnífica metáfora que el ajedrez le había prestado.


Francisco J. Fernández

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