lunes, 11 de marzo de 2013

Icchokas Meras, Tablas por segundos

Icchokas Meras, Tablas por segundos, Barcelona, RBA Libros, 2004, trad. de Macarena González, 159 pp.

Desde muy antiguo ha sido frecuente poner a la Muerte o al propio Diablo a jugar al ajedrez. Recuerdo en este sentido la película de Bergman, El séptimo sello, o las leyendas que corren en torno al ajedrecista italiano del siglo XVI Paolo Boi. Estas figuras representaban algo así como el Mal. No obstante, desde el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial, la Muerte o el Diablo han perdido parte de su siniestro prestigio y han debido concedérselo a los nazis. Alain Badiou lleva protestando desde hace tiempo contra esta ideológica absolutización del Mal concedida al nacionalsocialismo hitleriano, pero su posición es francamente minoritaria.

En cuanto al ajedrez, ha debido sufrir también esta conversión. Paolo Maurensig así lo hizo por ejemplo en su libro La variante Luneburg (publicado en Tusquets hace unos años), pero es que antes, en los años 60, lo había hecho el escritor lituano Icchokas Meras (nacido en 1934), que padeció en sus propias carnes la persecución y exterminio sobredichos. Este es el libro que reseñamos.

El protagonista, un muchacho judío de diecisiete años, ha de enfrentarse al comandante del gueto en una partida de ajedrez. Si gana, perderá su vida, pero salvará de la deportación a los niños del gueto. Si pierde, salvará su vida, aunque los niños serán deportados. La única forma de escapar de esta dramática disyunción es obtener unas tablas (a ello hace referencia el título de la novela): en ese caso, las cosas seguirán como estaban.

Mientras la partida se desarrolla (sin apenas indicaciones que nos permitan representarnos la misma), se nos relatan las vicisitudes de algunos miembros de la familia del muchacho: la hermana pequeña asesinada y colgada en la calle, el hermano mayor que se suicida (filósofo por más señas), la hermana cantante que se prostituye... En fin, un variopinto panorama de desgracias de dudoso interés literario.

Como todo el mundo sabe, el ajedrez es un juego de los llamados de suma cero: eso significa que la ganancia de uno supone en la misma medida la pérdida del rival. Cuando el Mal juega al ajedrez, lo primero que hace es pervertir esta singular característica; como no conforme con la justicia de la suma. Le dan ganas a uno de pensar que el Mal reside entonces en el exterior del tablero, en lo que lo rodea, en las condiciones de la Realidad, y, así, que el tablero es un paraíso de justicia, es decir, de crueldad sublimada.


Francisco J. Fernández

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