lunes, 11 de marzo de 2013

El juego del ajedrez

Jacobo de Cessolis
ed. de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 2006 (1.ª ed. 1991), 150 pp.
En 1549, el licenciado Martín Reyna publicaba en Valladolid una versión castellana del Liber de moribus hominum et de officiis nobilium, sive super ludum scacchorum de Jacobo de Cessolis, dominico lombardo que compuso el texto entre el 1300 y el 1330. Lo que ofrece la editorial Siruela es una versión más o menos retocada de la traducción de Reyna: no es una edición que siga estrictamente los rigores filológicos, pero al menos nos permite acceder a un universo cultural muy distinto del que padecemos ahora.Aunque los ajedrecistas somos algo menos incultos que los deportistas en general, seguimos siéndolo todavía demasiado. Ofrezco la reseña de esta obrita (de considerable éxito en su tiempo) para avisar de una dimensión que estuvo presente en el juego del ajedrez (o ludus scacchorum) desde sus inicios, es decir, una dimensión moralizante (José Antonio González Alcantud, en su Tractatus ludorum, una antropológica del juego, Barcelona, Ed. Anthropos, 1993, ha insistido particularmente en este aspecto). Aunque la palabra esté algo anticuada no creo que su intención sea muy distinta de la que hay detrás de proyectos educativos varios que luchan por la implantación del ajedrez en la enseñanza primaria y secundaria. Es cierto que la religiosidad recorre todo el volumen: "Frente al diablo que se había ganado el mundo, Cristo nos libró y devolvió a este juego del ajedrez, al tablero de la vida humana" (pp. 124-5), pero quién no ha de acordarse de Bobby Fischer cuando declaraba que "El ajedrez es la vida". Esta capacidad que tiene nuestro juego para funcionar alegóricamente ha sido señalada en múltiples ocasiones y la literatura se ha aprovechado de ello más de una vez (cfr. Francisco J. Fernández, "El ajedrez de la lengua", Alfa, Revista de la Asociación Andaluza de Filosofía, n.º 17, 2005, pp. 61-69). El mérito de Cessolis es quizá que fue de los primeros en sistematizar la igualdad Ajedrez = Sociedad. Para ello, divide su obra en cuatro tratados:1) De la invención del juego2) De las hechuras de los trebejos nobles3) De los oficios populares4) De los movimientos de las piezasDe esta manera, se recorre mediante la excusa y metáfora del ajedrez la sociedad medieval, su distribución en estamentos, en oficios, en jerarquías y linajes. El microcosmos del tablero permite adentrarse en el macrocosmos de la sociedad del siglo XIV, todo ello trufado de ejemplos de la antigüedad clásica: docenas de anécdotas de filósofos, de fábulas, refranes, de historias más o menos escabrosas, encaminados todos a alabar las virtudes y vituperar los vicios.Hay, sin embargo, algo curioso que me gustaría señalar, siquiera brevemente. Y es que uno no sabe muy bien dónde colocar al propio jugador de ajedrez, pues en principio la pieza que le correspondería sería el "peón asentado delante del roque de la izquierda" (la casilla a2), ya que refleja a "jugadores, ribaldos (granuja, pero también soldado de infantería, según María Moliner) y ganapanes" (p. 102), pero digo que es dudosa esa atribución pues parece referirse más bien a aquellos que juegan a los dados (lo de que "andan con prostitutas", como dice Cessolis, tendría menos importancia). Así las cosas, la solución del dominico lombardo parece transcendente: dado que uno de los ejércitos está llevado por el Diablo, el otro no podría ser llevado más que por el propio Cristo. Cristo, pues, como jugador de ajedrez.A los ajedrecistas más interesados en la competición cabe hacerles notar la forma de no perder el juego que Cessolis recomienda, es decir, no inclinarse "a los deleites, honras y riquezas, perdiendo el juicio de la perfecta razón y discreción" (p. 109), Si alguno cree que ello no va con él, que piense en cuántas veces ha perdido una partida por consideraciones estéticas (deleites), cuántas veces ha pensado en el puesto final de la clasificación o en el Elo que va a ganar o perder (honras), cuántas otras ha pactado unas tablas por un mísero premio en metálico (riquezas). Las restantes enseñanzas que el libro propone, que cada cual las aproveche como pueda.

Francisco J. Fernández

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