lunes, 11 de marzo de 2013

Ethnologie des joueurs d´échecs

Thierry Wendling
Presses Universitaires de France, Paris, 2002, 256 pag.

Pocos son los textos que se toman el ajedrez en serio, es decir, como objeto teórico más allá de lo deportivo. Es más, incluso desde un punto de vista puramente ajedrecístico, las investigaciones no dejan de ser profundamente insatisfactorias a la hora de comprender la esencia del juego rey. Nadie es capaz de explicar con rigor en qué consiste eso de jugar bien. Hasta los módulos de análisis han experimentado un parón una vez que han alcanzado el nivel de los mejores grandes maestros en virtud y nada más que en virtud de su prodigiosa velocidad de cálculo.El libro que nos ocupa se toma el ajedrez en serio, pero por fuera del mismo, digamos que en su dimensión más humana, es decir, en tanto que lugar en el que se desarrollan unas prácticas sociales (precedente de este trabajo, pero desde una perspectiva más general, fue Jeu d´échecs et sciences humaines, de J.Dextreit y N. Engel, Payot, Paris, 1981). Es una obra etnográfica y etnológica: a Wendling le interesa sobre todo lo que dicen los ajedrecistas en tanto que estirpe o grupo: Gens una sumus. Le interesa pensar acerca de los sobreentendidos que los ajedrecistas manejan: su jerga, sus maneras, sus lugares de reunión, las ceremonias de los torneos, la vigencia de las reglas y cómo se interpretan. En tanto que ajedrecista él mismo (alcanzó un elo de 2235 en su tiempo) conoce muy bien los entresijos de las federaciones, de los clubs (bien es cierto que la obra se reduce al ámbito francés). Ello le ha permitido investigar (grabando conversaciones, sacando fotografías) ese particular universo que los ajedrecistas constituyen con el fin de desentrañar los mecanismos que gobiernan esa práctica lúdica.Atendiendo al comportamiento de los jugadores (sobre todo al de aficionados y semiprofesionales, no tanto al de la élite), a lo que dicen y a la manera en que lo dicen, a lo que hacen y a la manera en que lo hacen, se descubre que el ajedrez no se limita sólo a las partidas de ajedrez, que hay todo un conglomerado de fenómenos que las rodean, los cuales van desde el mirón al local donde se juega, de la modalidad de juego (rápido, lento, blitz) a la clase de competición (por equipos, suizo, amistosa, con apuesta de por medio). De alguna forma, Wendling intenta reducir el prestigio tanto de los grandes torneos como de los grandes maestros (cosa que no se puede decir del Campos de fuerza de George Steiner, Editorial La Fábrica, Madrid, 2004, trad. de Miguel Martínez-Lage) en el sentido de que son los aficionados los que construyen socialmente a los campeones. Creo que una obra como ésta le gustaría al genial David Bronstein, pues es este jugador el que más atento ha estado siempre no tanto a la divulgación del juego, sino a subrayar el continuo que se da entre los jugadores aficionados y los grandes campeones. Creo que algo menos le gustaría al soberbio Kasparov, pues es absolutamente improcedente considerar que los campeones del pasado eran sus grandes predecesores, como diciendo que su labor fue la de ser eso: predecesor de Kasparov (de ahí que el interés que tiene en su obra el ajedrez anterior a Steinitz raya en lo anecdótico).El único pero que se le puede poner a la obra que nos ocupa es alguna ausencia bibliográfica, como el artículo de Agustín García Calvo, "Sugerencias del lenguaje escrito de reseña de partidas de ajedrez para ciertas cuestiones emprácticas y sintácticas", en Hablando de lo que habla, Editorial Lucina, Madrid, 1990, pp.186-191, que le hubiera venido muy bien al capítulo dedicado a la escritura del ajedrez. Por lo demás, y a la espera de que alguien se decida a tomar el toro del ajedrez por dentro del mismo, podemos disfrutar con lo que hay por fuera.
Autor: Francisco J. Fernández

El juego del ajedrez

Jacobo de Cessolis
ed. de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 2006 (1.ª ed. 1991), 150 pp.
En 1549, el licenciado Martín Reyna publicaba en Valladolid una versión castellana del Liber de moribus hominum et de officiis nobilium, sive super ludum scacchorum de Jacobo de Cessolis, dominico lombardo que compuso el texto entre el 1300 y el 1330. Lo que ofrece la editorial Siruela es una versión más o menos retocada de la traducción de Reyna: no es una edición que siga estrictamente los rigores filológicos, pero al menos nos permite acceder a un universo cultural muy distinto del que padecemos ahora.Aunque los ajedrecistas somos algo menos incultos que los deportistas en general, seguimos siéndolo todavía demasiado. Ofrezco la reseña de esta obrita (de considerable éxito en su tiempo) para avisar de una dimensión que estuvo presente en el juego del ajedrez (o ludus scacchorum) desde sus inicios, es decir, una dimensión moralizante (José Antonio González Alcantud, en su Tractatus ludorum, una antropológica del juego, Barcelona, Ed. Anthropos, 1993, ha insistido particularmente en este aspecto). Aunque la palabra esté algo anticuada no creo que su intención sea muy distinta de la que hay detrás de proyectos educativos varios que luchan por la implantación del ajedrez en la enseñanza primaria y secundaria. Es cierto que la religiosidad recorre todo el volumen: "Frente al diablo que se había ganado el mundo, Cristo nos libró y devolvió a este juego del ajedrez, al tablero de la vida humana" (pp. 124-5), pero quién no ha de acordarse de Bobby Fischer cuando declaraba que "El ajedrez es la vida". Esta capacidad que tiene nuestro juego para funcionar alegóricamente ha sido señalada en múltiples ocasiones y la literatura se ha aprovechado de ello más de una vez (cfr. Francisco J. Fernández, "El ajedrez de la lengua", Alfa, Revista de la Asociación Andaluza de Filosofía, n.º 17, 2005, pp. 61-69). El mérito de Cessolis es quizá que fue de los primeros en sistematizar la igualdad Ajedrez = Sociedad. Para ello, divide su obra en cuatro tratados:1) De la invención del juego2) De las hechuras de los trebejos nobles3) De los oficios populares4) De los movimientos de las piezasDe esta manera, se recorre mediante la excusa y metáfora del ajedrez la sociedad medieval, su distribución en estamentos, en oficios, en jerarquías y linajes. El microcosmos del tablero permite adentrarse en el macrocosmos de la sociedad del siglo XIV, todo ello trufado de ejemplos de la antigüedad clásica: docenas de anécdotas de filósofos, de fábulas, refranes, de historias más o menos escabrosas, encaminados todos a alabar las virtudes y vituperar los vicios.Hay, sin embargo, algo curioso que me gustaría señalar, siquiera brevemente. Y es que uno no sabe muy bien dónde colocar al propio jugador de ajedrez, pues en principio la pieza que le correspondería sería el "peón asentado delante del roque de la izquierda" (la casilla a2), ya que refleja a "jugadores, ribaldos (granuja, pero también soldado de infantería, según María Moliner) y ganapanes" (p. 102), pero digo que es dudosa esa atribución pues parece referirse más bien a aquellos que juegan a los dados (lo de que "andan con prostitutas", como dice Cessolis, tendría menos importancia). Así las cosas, la solución del dominico lombardo parece transcendente: dado que uno de los ejércitos está llevado por el Diablo, el otro no podría ser llevado más que por el propio Cristo. Cristo, pues, como jugador de ajedrez.A los ajedrecistas más interesados en la competición cabe hacerles notar la forma de no perder el juego que Cessolis recomienda, es decir, no inclinarse "a los deleites, honras y riquezas, perdiendo el juicio de la perfecta razón y discreción" (p. 109), Si alguno cree que ello no va con él, que piense en cuántas veces ha perdido una partida por consideraciones estéticas (deleites), cuántas veces ha pensado en el puesto final de la clasificación o en el Elo que va a ganar o perder (honras), cuántas otras ha pactado unas tablas por un mísero premio en metálico (riquezas). Las restantes enseñanzas que el libro propone, que cada cual las aproveche como pueda.

Francisco J. Fernández

Bobby Fischer se fue a la guerra


David Edmonds & John Eidinow, Bobby Fischer se fue a la guerra (el duelo más famoso de la historia), Edt. Debate, Barcelona, trad. de E. García Murillo, 2006, 382 pp.



Este libro relata el acceso al trono de Campeón del Mundo de Ajedrez de Robert James Fischer. Es uno más de los que hay entre las varias docenas de libros sobre el mismo tema. El único interés del volumen reside en que estos dos periodistas británicos han podido acceder a una mayor cantidad de información que los que se escribieron inmediatamente después del match de 1972 entre Fischer y Spasski, en Reikiavik, Islandia. Con mayor cantidad de información nos referimos a cartas personales de los protagonistas, testimonios y entrevistas de los testigos presenciales y documentos desclasificados recientemente por los servicios secretos de EE.UU y la URSS (por ejemplo el dossier sobre la madre de Fischer, Regina).

De hecho, apenas hay alguna mención a las cuestiones puramente ajedrecísticas. Lo que interesa más bien son las cuestiones geopolíticas que contaminaron el evento y las rencillas o caprichos de los contendientes. En efecto, en pleno apogeo de la llamada Guerra Fría entre las dos potencias, el conflicto, que era básicamente simbólico, encontró en el ajedrez una feliz concreción. El prestigio de los respectivos sistemas de organización socio-política quedaba en manos de los ajedrecistas. Ganar o perder era cuestión de Estado. Especialmente interesantes son en este sentido las reuniones que los soviéticos organizaron para resolver el enigma Fischer: es decir, cómo ganar a un jugador con una capacidad de superación y tenacidad extraordinarias. Curiosamente, se echa de menos una voz: la del propio Fischer, esquivo como siempre ante la prensa y los medios de comunicación. En definitiva y en su defensa podría argüirse que el ya dijo todo lo que tenía que decir y donde tenía que decirlo: ante el tablero. Es una pena que estos dos periodistas hayan prestado tan poca atención a su verdadero discurso, aún hoy admirable, y que se hayan fijado más en la hojarasca de lo mediático.

Es una culpa que hay que extender al apresurado traductor del libro al castellano, pues los conceptos y terminologia ajedrecísticos son pésimamente traducidos, hasta a veces caer en el ridículo, y no son escasas las puras y simples equivocaciones (un asesor técnico no le hubiera venido mal, desde luego). De ahí que aquel que quiera enterarse de lo que pasó en Islandia debería completar esta lectura con los libros de Pachman, El match del siglo, o la biografía de Pablo Morán sobre Fischer, ambos en la editorial Martínez Roca, entre muchos otros.

Autores: Francisco J. Fernández & Carlos Sevilla Perales

La máquina de ajedrez

Robert Löhr, Barcelona, Edt. Grijalbo, 2007, trad. Lluís Miralles de Imperial, 421 pp.


Algo debe de tener el ajedrez para que una mediocre novela parezca buena y hasta se convierta en un best seller. El prestigio indeleble del juego, la fascinación por ese universo reducido de sesenta y cuatro casillas, hacen que una vulgar trama se sostenga literariamente (bien es cierto que a duras penas) y que las más de cuatrocientas páginas aparenten ser solamente trescientas largas. Pues que se trata de una mala novela es preciso decirlo antes de nada. No obstante, el autor (comparado pomposamente al más refinado Patrick Süskind en la contraportada) ha hecho sus deberes: ha leído algunos libros para ambientar la historia (finales del siglo XVIII), ha tenido en cuenta el afrancesamiento general de la nobleza austrohúngara y ha colocado aquí y allá, a la búsqueda de complicidades, ciertas referencias eruditas (sobre Descartes, sobre La Mettrie, sobre el mito de Prometeo, alguna mención a Philidor) que los lectores más cultos reconocerán y hasta agradecerán si su pedantería, como es habitual, es mayor que su rigor literario. Como de ello es consciente el propio autor, de vez en cuando introduce distorsiones temporales en el tiempo rectilíneo de la historia para elevar sin conseguirlo el empaque estético de su narración.


Se fabula pues en torno a un acontecimiento histórico: los comienzos del autómata jugador de ajedrez que durante ochenta años se paseó por medio mundo (lo llegó a contemplar Edgar Allan Poe). Conocido por el Turco, su destreza a la hora de jugar al ajedrez cautivó la atención general. El fraude cometido no fue descubierto de primeras gracias a la habilidad de su constructor. Robert Löhr imagina las vicisitudes por las que tuvo que pasar Kempelen (su inventor) para que la trampa no fuera tal: esconder a un jugador dentro del ingenio y que aquello pasara por un verdadero autómata. Como la cosa no le daba al escritor para mucho más ha tenido que recurrir a algunos motivos folletinescos que le permitieran hacer avanzar la trama. Un ejemplo: el enano contrahecho que se esconde en el autómata se enamora de una prostituta espía de un rival celoso de Kempelen, pero la prostituta tiene al final buen corazón, pues no en vano está embarazada. Muere ella sin embargo y a su vástago se le pone el nombre del mejor amigo del enano, asesinado por un húsar hermano de la amante suicida de Kempelen.


Hay otra cosa curiosa y casi imprescindible para que una novela se sostenga: nos referimos al momento de la anagnórisis (o reconocimiento). Situada al principio y al final de una manera excesivamente mecánica, su espera se hace insufrible y hasta llega uno a olvidarse de la misma: la unidad y sentido que con ello se pretende alcanzar no es sino un procedimiento tramposo, como la misma historia, de tal manera que la emotividad que por lo general se consigue de esta manera se malogra irremediablemente. Cuando acaba de leerse la novela, no le quedan ganas a uno ni de repasarse el gambito Allgaier.


Francisco J. Fernández

Querido Caín

Ignacio García-Valiño, Barcelona, Plaza-Janés, 2006, 446 pp.

Como resulta que me gusta el ajedrez, recibo a menudo amables invitaciones para que lea novelas que utilizan el juego como excusa narrativa. Esta es una de ellas, finalista del V Premio de Novela Ciudad de Torrevieja. Un psicólogo, profesor universitario, acude a la casa de una familia adinerada para tratar la psicopatía de un adolescente. El ajedrez se convierte en la vía de entrada a la más que inteligente mente del muchacho (cuando leí el libro de Reuben Fine sobre la psicología de los jugadores de ajedrez, creo recordar que mencionaba en la bibliografía algunos artículos americanos sobre esta misma cuestión: el propio Fine se entrevistó con un Fischer adolescente, de aquello nos quedó un maravilloso gambito Evans). La implicación emocional del psicólogo es demasiado acusada, dado que, casualidades de la vida, la madre del chico es un antiguo, pero todavía presente, amor de éste. Consecuencia: el psicólogo cae en las redes de la contratransferencia y no se da cuenta a tiempo de las tretas que el canalla del niño le tiende. La verdad es que si como psicólogo el protagonista (esperemos que no sea trasunto del autor, también psicólogo de profesión) resulta torpe, como Maestro FIDE, es sencillamente patético. Las frecuentes alusiones que se hacen al juego, a sus reglas, a su teoría, a su terminología, están a menudo equivocadas. Parece que alguien le ha echado una mano, pero la labor de documentación es paupérrima. Provoca sonrojo leer que abrir con Peón 4 Rey sea ya por sí solo una apertura española (p. 441). Pero para muestra, un botón:"Julio obtuvo piezas blancas y efectuó una apertura francesa. Nico le sorprendió con una apertura inesperada" (p. 425) ¿De qué estará hablando? En fin, la verosimilitud del relato sufre indeciblemente con estas soberbias ignorancias (el concepto de celada que se maneja en la novela también se las trae). Quizá un lector menos avisado pueda pasar por alto estas torpezas (debieron de pasarlas desde luego los miembros del Jurado literario), pero el caso es que el autor ha pretendido que el ajedrez funcione como catalizador de la narración: lo que desde aquí le decimos es que si un ajedrecista hubiera utilizado con tan poco rigor los conceptos de su juego nadie le habría dado un premio.

Francisco J. Fernández
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