domingo, 24 de marzo de 2013

GRECO, El Calabrés


Durante un tiempo, año 1995, estuve trabajando en el Dictionnaire historique et critique de Pierre Bayle (1.ª ed. 1696; 2.ª ed. 1701). Mi interés por la obra de Leibniz (1646-1716) me condujo hasta aquel soberbio monumento del conocimiento. Así las cosas, me pasaba los días en el Institut d´histoire des Sciences et des Techniques de la rue du Four de París sumergido en aquellas insólitas lecturas. Hace un par de días encontré algunas fotocopias que hice entonces del mencionado diccionario. Aunque tenía un vago recuerdo, resulta que una de ellas contiene el artículo GRECO (circa 1600-1634) en memoria del famoso ajedrecista de principios del siglo XVII. Ofrezco pues al lector curioso la traducción castellana de este breve artículo en la confianza de que los estudiosos de la historia del ajedrez lo hallen útil, dada la dificultad de encontrar la obra de Bayle (en castellano hay una breve selección del Diccionario histórico y crítico en la editorial de Círculo de Lectores, Barcelona, 1996, pero no permite darse cuenta de la magnitud del trabajo de Bayle). Añadiré que la edición utilizada es la de Amsterdam, 4 vol. in-folio, 1740, tomo III, p. 403. Comprobará el amable lector que Bayle hace referencia a otro ajedrecista en su escrito, en esta ocasión referido a Paolo Boi; desgraciadamente, no llegué a fotocopiar aquel artículo. Ofrecemos además reproducción de la edición original.
"Gioachino GRECO, conocido por el nombre del CALABRES, jugaba con tanta habilidad que no puede resultar extraño que le consagre un pequeño Artículo. Todos aquellos que sobresalen en su ocupación hasta un cierto punto merecen esa distinción. Fue un jugador que no encontró su igual en ningún lugar del mundo. Viajó a todas las Cortes de Europa & se señaló en ellas jugando al ajedrez de manera sorprendente. Encontró famosos jugadores en la Corte de Francia, el Duque de Nemours, Arnaul le Carabin, Chaumont & la Salle; mas aunque se preciaran de saber unos más que otros, ninguno de ellos fue capaz de resistírsele: no pudieron incluso plantarle cara todos juntos. De hecho, fue al ajedrez un Bravo: que buscaba en cada Estado algún famoso Caballero con el cual pudiera batirse & romper una lanza, & no encontró ninguno donde no permaneciera como vencedor. Un bello Espíritu hizo unos versos sobre ese tema (a) (A). Véase arriba el artículo BOI.

(a) Extraído de una carta inserta en el Mercure Galant del Mes de Diciembre de 1693.

(A) La mayor parte de los Lectores me querrían mal si les hiciera enterarse de esto sin hacerles ver los propios versos. Es preciso pues que los adjunte:

Apenas en la carrera
contra mí diste un paso
que por tu marcha fiera
todos mis proyectos se vinieron abajo
Veo desde que tú avanzas
ceder todas mis defensas
caer todos mis campeones
en mi resistencia vana
Rey, Caballo, Torre & Dama
son menos que los Peones (I)

(I)De la carta inserta en Mercure Gal. Diciembre 1693.


Francisco J. Fernández

viernes, 22 de marzo de 2013

Historia de una idea ajedrecística con tres personajes a la búsqueda de un autor

El 27 de junio del 2002 jugué con Miguel Pérez Flores una partida de ajedrez en la que éste, con blancas, sacrificó un caballo en la casilla e6. Aunque conseguí ganar a duras penas aquella partida, la idea ensayada me pareció sumamente interesante y no olvidé ya nunca la posibilidad abierta por mi amigo en aquella ocasión. Para los curiosos reproduzco la posición en que se produjo la mencionada jugada.
1. e4-c5 / 2. Cf3-d6 / 3. d4-cxd4 / 4. Cxd4-a6 / 5. Ac4-Cf6 / 6. Cc3-e6 / 7. Ag5-Ae7 / 8. O-O-Cbd7 / 9. Cxe6 (como el avisado lector sabrá, se trata de una defensa siciliana, el llamado ataque Sozin: en el Código de aperturas de la Enciclopedia Yugoeslava está clasificada con los dígitos B86).

Durante ese mismo verano, pero ésta vez llevando las blancas, tuve ocasión de emplear con éxito una variante de la idea recién referida en un torneo de partidas rápidas en Palma de Mallorca. Pues bien, llegó septiembre y también la hora de encontrarse con otro amigo de Marmolejo, en este caso Antonio Robles, al que sólo vemos de vez en cuando, para desdicha del ajedrez culipardo. Amante como es de la variante Najdorf no hubo que esperar mucho para que la posición se aproximara a mis intereses sacrificiales. En efecto, el 4 de septiembre del 2002 jugamos la siguiente partida, en este caso, llevando yo las blancas:
B90 Defensa siciliana, variante Najdorf (desviaciones en la sexta jugada de las blancas)
1. e4-c5 / 2. Cf3-d6 / 3. d4-cxd4 / 4. Cxd4-Cf6 / 5. Cc3-a6 / 6. Ac4-Dc7 / 7. Ab3-e6 / 8. Ae3-Ae7 / 9. Dd2-Cbd7 / 10. Axe6
El bueno de Antonio consiguió ganarme mediante el recurso de hacerme entrar en cambios generalizados que hicieran sentir en un final mi pieza de menos. Estudié la partida y deduje que el sacrificio se sostenía solamente si conseguía a continuación evitar las simplificaciones de material, la verdad es que esa fue la conclusión general que saqué, sin dar el paso de justificarlo con variantes concretas, dada mi indómita pereza.
No obstante, algo debía de rebullirme por aquí dentro cuando compruebo, en mi cuaderno ajedrecístico de por aquel tiempo, que en una de mis primeras partidas con mi compañero en el I.E.S. Vírgen de la Cabeza de Marmolejo, Manuel Díaz Carrillo, provoco insensatamente a mi amigo durante varias jugadas para que efectúe el consabido sacrificio en e6 (el cual, por cierto, en esa misma posición, ya se había efectuado en las partidas Srebrnic-Guidarelli, Bled, 2002, con victoria blanca y en Milu-Vajda, Bucarest, 1999, con tablas). El ajedrez cauto de éste le lleva en ocasiones a obviar continuaciones favorables, pero poco claras, sólo por su hiperdesarrollado sentido de lo intempestivo. En efecto, el 11 de noviembre del 2002 jugamos la apertura del siguiente modo:
B50: 2…d6 (Miscelánea)
1. e4-c5 / 2. Cf3-d6 / 3. Cc3-a6 / 4. Ac4-e6 / 5. 0-0-Cf6 / 6. d4-cxd4 / 7.Cxd4-Dc7 / 8. Ab3-Cbd7 / 9. Te1-b5 / 10.Ag5-Ae7 / 11.a3-Ab7 / 12.Dd2-0-0 / 13.Te2-Cc5
En fin, en estás estábamos cuando, a principios del año 2004, tuve oportunidad de volver a jugar con Antonio Robles. Nos pusimos un control de tiempo de 20 minutos por jugador, como para darle al acontecimiento ese empaque del que carecen los jugadores de café que a fin de cuentas somos. Lo cierto es que yo no había pensado en repetir el experimento, pero, de alguna forma, Antonio me obligó a ello; se conoce que aquel sacrificio de hacía dos años le había intrigado lo suficiente como para exponerse a una segunda parte. En esta ocasión, las cosas marcharon de otro modo.
Pero antes de dar la partida, quizá sea conveniente decir que el sacrificio en e6 es en realidad un cambio: el de una pieza menor por tres peones. Dentro del sistema de equivalencias generalmente admitido, cambio perfectamente tolerable desde prácticamente cualquier punto de vista. En segundo lugar, habría que decir que el “cambio” en e6 viene dado por la jugada Cbd7, es decir, que las negras provocan tal jugada. De hecho, si se repasa la literatura ajedrecística sobre este particular, no parece que las negras se atrevan sistemáticamente a tal autobloqueo de la acción del alfil de c8 antes de enrocarse. En general, lo evitan, probablemente con buen criterio. En este sentido, el infatigable Antonio Robles ha descubierto una partida entre Stein y Chistianov, del Campeonato por Equipos de la U.R.S.S. de 1960, en que ocurrió algo parecido en e6.
Pues bien, nuestra partida se desarrolló de la siguiente manera.
B 95 (Defensa siciliana, variante Najdorf 6.Ag5-e6, inusuales movimientos blancos en la séptima jugada)
1. e4-c5 / 2. Cf3-d6 / 3. Cc3 (esto indica que yo no pretendía una segunda parte, sino una partida más lenta y posicional)-Cf6 / 4. d4-cxd4 / 5. Cxd4-a6 / 6. Ag5- e6 / 7. Ac4 (esta jugada no es la más habitual; se prefiere normalmente 7. f4)-Ae7 / 8.O-O-Dc7 (en la base de datos del Fritz8, programa informático con que me ayudo en los análisis, esta jugada figura como novedad)/ 9. Ab3 (profilaxis)- Cbd7 !?N (pero al bueno de Antonio le interesaba seguir profundizando en la idea; de hecho, esto es una novedad, parece que se prefiere 9…b5 o 9…Cc6) / 10. Axe6!? (ya estamos aquí otra vez, a la segunda irá la vencida)-fxe6 / 11. Cxe6 (atrapando al rey en el centro)- Dc4 (repitiendo el movimiento de dama de dos atrás, pero ahora las cosas son un poco distintas) / 12. Cxg7+-Rf7 / 13. Cf5 (ejerciendo una notable presión sobre el peón aislado)-De6 / 14. Te1- b5? (esta jugada no parece la mejor, Fritz 8 recomienda 14…Af8, con ligera ventaja blanca) / 15. Cd5- CxCd5 / 16. exCd5- DxCf5 / 17. Dh5+ (en aquel momento, me pareció una buena jugada, pero en verdad está a punto de estropear la notable partida de las blancas; está claro por otra parte que 17. AxAe7- Ab7 concede una pequeña ventaja a las negras; lo correcto sin embargo era 17. TxAe7+-Rg6 / 18. Te6+-Rg7(si 18…RxAg5, hay mate en 7 jugadas, cosa que por cierto veo ahora pero no vi entonces)/ 19.f4 con ventaja decisiva blanca)-Dg6 / 18. TxAe7-Rf8?? (la casilla equivocada, era mejor 18….Rg8 / 19. Te8+-Cf8 / 20. DxDg6+-hxDg6, y las blancas sólo tienen una ligera ventaja, aunque no deja ser curioso que las piezas negras se hallen recluidas en su octava fila) / 19. Df3+-Rg8 / 20. Ah6!!, rindiéndose las negras. La variante que lo justifica podría ser ésta: 20….Cf6 / 21. Dg3 con ventaja decisiva blanca.

Francisco J. Fernández

jueves, 21 de marzo de 2013

Cómo jugar contra Fritz

Llevo bastante tiempo jugando con el programa informático Fritz: desde el año 2001 si no me equivoco. Creo que alguien me enseñó el Fritz 3 y poco después fui disponiendo de las sucesivas mejoras: el Fritz 5.32, el 7, el 8, el 9, etc. De hecho, creo que antes de ello, me tenía que conformar con el ChessMaster 2100 pues era el único compatible con el MacIntosh que tenía por entonces. Nadie puede contar las horas que he metido jugando contra los diferentes programas, en sus distintos ritmos y niveles. Leía lo que se decía a la hora de jugar contra los ordenadores, sin que por cierto me sirviera de mucho (el libro de Al Lawrence y Lev Alburt, Cómo jugar contra las computadoras de ajedrez, Barcelona, Editorial Paidotribo, trad. de A. Gude, 2001, es francamente malo además de estar obsoleto; el de Daniel King sobre el match entre Kasparov y Deep Blue es bastante más interesante, también en la editorial Paidotribo; hay que mencionar asimismo el de Pachman y Kühnmund, Ajedrez y computadoras, Barcelona, Edt. Martínez Roca, 1982, a pesar de su edad, sigue siendo imprescindible para hacerse una idea general del estado de la cuestión): que si había que enrocarse en el lado contrario al del programa para provocar el llamado efecto horizonte, que si había que evitar las complicaciones tácticas, que si había que cerrar la posición, que si jugaban mal los finales, etc. Como soy bastante aplicado y hasta presumía para mis adentros que podía llegar a jugar bien algún día, seguía tales recomendaciones... y perdía una y otra vez. De hecho, sigo perdiendo una y otra vez pero en el camino le he perdido todo respeto ajedrecístico a la maquinita. Es una verdadera imbécil y me asombra que los grandes maestros se atrevan a perder con ellas. Sospecho que hay más de un interés económico para tales derrotas (sospecha que he visto que comparte más de uno). Intentaré justificar en lo que sigue estas tesis. Para convencer al amable lector, relataré con la mayor exactitud posible cómo consigo ganar al programa. Dado que mi nivel ajedrecístico es bastante bajo (en este momento 1967 de Elo FEDA) estoy seguro de que jugadores con 200 o 300 puntos de Elo más no tendrán especiales dificultades para convertir ventajas que a mí no obstante se me escapan. Un aviso antes de empezar. Quizá alguno sospeche que mi ordenador es viejo o que le falta un tornillo, que está mal instalado el programa o que sencillamente funciona mal. Como en algún momento a mí también se me ocurrió tal cosa, he de decir que he probado mi método en diferentes ordenadores a lo largo de estos años. Es cierto que la potencia del ordenador influye pero mucho menos de lo que cabría suponer. De hecho, confío en que tras la lectura de este escrito los lectores me comuniquen sus experiencias al respecto. Estoy seguro de que serán legión los que obtengan resultados parecidos. Por otro lado, tampoco veo tanta diferencia entre los diferentes Fritz. Otra cosa, aunque a veces me he ayudado de libros para seguir determinada variante con objeto de memorizarla, muchas otras la victoria o las tablas se han dado en líneas que desconocía por completo, jugando sencillamente siguiendo la inspiración del momento. Por otro lado, el repertorio de victorias se ha dado en variantes y aperturas dudosísimas: diferentes gambitos no especialmente fuertes, como el Blackmaar-Diemer o el letón, incluso el Evans, o la apertura Bird o el sistema Colle, aunque también lo he conseguido con líneas fuertes. De hecho, la apertura da un poco igual, prácticamente cualquier cosa vale para ganar a esa lata de sardinas.
Ayer mismo pasó lo siguiente. Me senté ante el ordenador y puse la opción de partida evaluada, donde juega al máximo nivel, y no hay indicación ninguna sobre la evaluación de la partida. Me puse un tiempo de 3 minutos por jugador. Me dió por jugar una Bird (A 03), que hace tiempo que he dejado de lado. Así las cosas 1.f4, d5 2.Cf3, Af5 (esta jugada es perfectamente posible, aunque un humano intentará desarrollar antes sus caballos) 3.e3, e6 4.b3 (uno de los problemas de la Bird es que es muy predecible, dado que el alfil de casillas negras no tiene muchas opciones),Df6 N(según mi base de datos, la novedad. Si esta jugada me la hace un niño en clase, le castigo con leerse el libro de Maizelis en ruso) 5.Cc3, Cc6 (otra jugada que no parece muy allá) 6.Ab5 (esto es mejor que la natural 6.Ab2 porque a Fritz le pueden entrar ganas de saltar a b4), Cge7 7.Ab2, 0-0-0 (así que quería enrocarse a lo largo) 8.a4 (dado que no hay demasiada fricción en el centro, me puedo permitir esta demostración de flanco, además controlo e5, que es el objetivo estratégico de la Bird),a6 (pidiéndome explicaciones de inmediato) 9.0-0 (pues se las doy, y sacrifico un alfil limpiamente con tal de hacerme con la columna),axAb5 (y el tonto este se lo come) 10.axb5, Cb8 11.Ta8,d4 (¡vaya!, si parece que sabe hasta jugar; resulta que reacciona en el centro y parece que me entrega una calidad a cambio de un peón. Un humano diría que lo hace para evitar que e5 sea patrimonio blanco) 12.Cxd4, TxCd4 13.exTd4, Dxd4+ 14.Rh1 (esta secuencia quizá no sea tan forzada como parece pues tal vez hubiera podido hacer 12.Da1, sin renunciar a e5, pero lo que me interesa aquí es más bien relatar el procedimiento seguido), Cd5 15.Da1 (amenazando entrar en a7), Ac5 ( lo mejor, pues tanto 15...Axc2?? como 15...Cxf4?? son malas, cosa que sé ahora, no durante la partida, claro está) 16.Ca4 (aquí ya me veía ganando),Dxd2 17.CxAc5 (pues me como el alfil y santas pascuas),Ce3 (y ahora va y me amenaza mate: ¡qué ajedrez más superficial!) 18.Tg1, Ah3 (pero esto ya me hizo tragarme mis palabras. De hecho ya empezaba a lamentarme después de las buenas sensaciones que había tenido durante la brevísima partida) 19.TxCb8+ (resignándome), RxTb8 20.Cd7+ (intentando desviar la dama, a ver si cuela, no olvidemos que son tres minutos. Por cierto, si 20...DxCd7 21.Ad4 parece fuerte, aunque esa no hubiera sido mi primera intención), Rc8 (pues no. ¿A ver si va a resultar que puedo cubrir el mate desde b7? Emocionado por mi descubrimiento me precipito y hago la floja 21.Da8??+, RxCd7 22.Dxb7, Cd1 23.Dc6+ (confiando en un continuo que no llega), Rd8 24.Da8+, Re7 25.Aa3+, Rf6 (comprobando que se me ha escapado el rey, me rindo).
Pues bien, hasta aquí una partida como muchas otras. Pero ahora viene lo más interesante. Una vez guardada la partida, se puede repasar con el propio ordenador, para ver dónde uno se ha equivocado, etc. La sensación que tenía es que mi sacrificio de alfil había sido bonito pero especulativo. Me puse a comprobarlo y en el momento en que lo hago descubro estupefacto que el propio Fritz lo justiprecia siguiendo la siguiente secuencia: de ventaja negra a igualdad y finalmente ventaja blanca:sólo hay que esperarse unos segundos (a veces son minutos, no obstante) y no pasar de jugada a jugada en un santiamén, pues pueden ocultarse pequeñas joyas si nos apresuramos. Este indicio es suficiente para mí para seguir confiando en el sacrificio de alfil y retar otra vez al monstruo de silicio a una nueva partida. Me rindo inmediatamente con negras y ya puedo volver otra vez a la Bird en partida evaluada y en las mismas condiciones. Como es sabido, el ordenador tiene pulsión de repetición y tiende a repetir las variantes. Sin embargo en ocasiones una especie de sexto sentido le avisa y se aparta con una subvariante dentro de la variante que se había jugado anteriormente. Lo unico que hay que hacer es registrarla y repetir el procedimiento, viendo el lugar donde nos hemos equivocado. De esta manera, uno puede echarse veinte o treinta partidas jugando variantes y subvariantes (muchas veces la ventaja es decisiva pero la desperdiciamos). Paciencia: es el trabajo de Sísifo. Por lo general, mientras no ganemos seguirá repitiéndola. De este modo, profundizaremos en el conocimiento de lo que estamos jugando y llegará el momento en que descubramos (con la propia ayuda del ordenador) la forma de ganar o empatar. Esto es de hecho lo que me pasó a mi poco después. Tras estar aporreando las teclas durante un buen rato apareció la variante que había jugado por primera vez. En ese momento ya había descubierto que en vez de 21.Da8 había que jugar 21.Cxb6+, a lo que sigue 21...cxCb6 y ahora ya sí 22.Da8+, Rd7 23.Dxb7, Re8 24.gxh3, Cd1 y ya tengo el continuo.
En fin tengo docenas de partidas ganadas o entabladas de esta manera (quien esté interesado sólo tiene que decírmelo). Quizá a alguno le parezca un método fraudulento (más fraudulento me parece desde luego que mi Fritz tenga más de dos millones de partidas en su base de datos), pero yo desde luego me divierto mucho. Como colofón hay que decir que ninguna máquina es capaz de superar el test de Turing, de ahí que hemos de aprovecharnos de aquello que nos hace inteligentes, es decir, ser capaz de aprender de nuestros errores. Eso es lo que esas latas no hacen.

Francisco J. Fernández

martes, 19 de marzo de 2013

El Dr. House juega al ajedrez

Gracias a la insistencia y entusiasmo de mi hermano Marcos, he descubierto la serie House durante este último año. Vencida mi reluctancia inicial ante cualquier cosa que echen por la tele, he de reconocer que mi hermano, después de todo, tenía razón: merece la pena. De hecho, él fue quien me señaló algunas curiosas relaciones: las semejanzas que se dan entre los personajes de House y Sherlock Holmes, el detective de Conan Doyle. Efectivamente, son muchas, desde sus adicciones a ciertas sustancias, hasta su pasión por la música o el nombre de su mejor amigo (Wilson-Watson, respectivamente) o su misantropía, entre otras. Habría que añadir a todo ello su común afición por el ajedrez (en este sentido recomiendo el libro de Raymond Smullyan, Juegos y problemas de ajedrez para Sherlock Holmes, Barcelona, Gedisa, trad. de E. B. Casals, 1986). Veamos hasta qué punto el doctor House es ducho en el juego.


La forma en que pretendo averiguarlo pasa por analizar el capítulo de la temporada tres (parece que se rodó en abril del 2007) titulado "El cabrón" (The Jerk), dirigido por Daniel Sackheim y guión de Leonard Dick, donde un adolescente especialmente odioso sufre un repentino ataque de rabia durante un torneo de ajedrez rápido, lo que le lleva a agredir a su desdichado rival. A partir de ese momento, el equipo del doctor House, interpretado por el genial Hugh Laurie, se encarga de descubrir el origen de las diferentes dolencias que aquejan al ajedrecista. Evidentemente, no nos interesarán demasiado las pesquisas médicas ni el rigor de los razonamientos que avalan este o aquel diagnóstico (aún no he podido consultar el libro del colectivo italiano Blityri, La filosofia del Dr. House, donde imagino que se analizarán estas cuestiones metodológicas al tiempo que las consideraciones éticas que se desprenden de la práctica, verdaderamente admirable, de este singular médico). Nos interesarán más bien las referencias ajedrecísticas que en el capítulo se hacen así como, ahora sí, el rigor con que el ajedrez como tal ha sido tratado. De hecho, y por no extenderme demasiado, me concentraré exclusivamente en la partida que House juega con el doliente muchacho. La excusa médica consiste en elevar la excitación del paciente para confirmar o desmentir determinado síndrome sobre el que se tienen sospechas, cosa que House pretende conseguir sometiendo al chico a la tensión propia de una partida de ajedrez. Ante la negativa de éste, House lo increpa con el objeto de comprometerlo en la lucha que se avecina. Lleva el tablero en un carrito hasta la cama del paciente, reloj analógico incluido, le inyecta lo que parece ser un estimulante y le da a elegir el color ofreciéndole ambas manos cerradas con los respectivos peones dentro. "Blancas, que se joda el cojo", dice el canalla del niño. House se conforma, sitúa el reloj a su izquierda (lo que parece ser una concesión a las necesidades del rodaje, pues es diestro, aunque utiliza la siniestra en un primer momento) y empieza una partida de Blitz a 5 minutos.


Antes de darla, sin embargo, he de reconocer que la reconstrucción de la misma me ha costado algo más de lo que supuse que me resultaría en un principio y, por tanto, es posible que se haya deslizado alguna transposición, dado que los planos están cortados y la secuencia no transcurre en tiempo real, pero, en fin, creo que el resultado es en resumidas cuentas óptimo en su conjunto. En fin, pondré un asterisco a las jugadas que han sido reconstruidas por razonamiento, pero de las que no se tiene experiencia directa del momento en que se hicieron.


A03 Apertura Bird
1.f4-c5 2.Cf3 (House comenta: "Apertura Bird:estrategia pasiva, signo de cobardía") -d5 (la replica del muchacho no se deja esperar: "Defensa siciliana, signo de idiotez", lo que parece un poco aventurado, dado que, aunque se podría haber entrado en una siciliana con 2.f4, al hacer 2...d5, tras 2.Cf3, House adopta un esquema completamente distinto)



3.e3-*Cf6 4.*b3-*e6 5.Aa3N (en la literatura ajedrecística compruebo que antes se había jugado 5.Ab2, que es más natural, así lo hizo Mackenzie contra Lipschuetz en New York, 1886, durante la época de mayor esplendor de la apertura)-Ad6 6.Ab5+-Cc6 7.Cc3-*0-0 8.*Ae2 (aquí me asaltan las dudas, pues en la escena siguiente se comprueba cómo este alfil va a la casilla e2; por otro lado, no se entiende demasiado bien esta jugada, parece preferible enrocarse o incluso Ce5)-e5 (con este movimiento se llega al momento más complicado de seguir, pues, como ya hemos dicho, a continuación se ve cómo el alfil retrocede, pero resulta que hay ya un peón en e5, así que no queda más remedio que suponer la siguiente jugada: no obstante, quizá fuera mejor intentar otra ruptura, es decir, 8...d4 9.Cb5, con ventaja negra) 9.*fxe5-Cxe5 10.*Tb1(la reconstrucción de esta jugada parece inevitable, pero aquí el blanco deja pasar la oportunidad de ensayar 10.CxCe5-AxCe5 11.Axc5-Te8, con ligera ventaja negra, pero con una partida más tranquila)-Ce4 11.*Cxd5-CxCf3+ 12.AxCf3-Dh4+ (también valía la más sutil 12...Ag4! 13.c4-Dh4+ 14.Re2-f5=) 13.g3=-Axg3+ 14.hxAg3-Dxg3+ 15.Re2 (en este momento los realizadores se recrean con la cara de disgusto del chico)-Cg5? (pero House se equivoca después de ello, debería haber intentado 15...Td8 16.De1-TxCd5 17.AxCe4-Ag4+ 18.Rf1-Ah3+ 19.TxAh3-DxTh3 20.Ag2-Tf5+ 21.Rg1-Tg5=) 16.Df1 (tras mover, el chico hace como el gesto de parar el reloj, sonriendo sardónicamente ante la sorpresa de House: "¿Te importa tirar el rey? (Care to lay down your king?)", justificando su petición con la siguiente variante: "me inmovilizas la reina (you can pin my queen), caballo a e7, Rh8, sacrifico la torre, el rey captura el peón, el alfil bloquea y reina a h5, jaque mate". La expresión de House revela comprensión de la variante, es decir, algo como 16...CxAf3?? 17.DxCf3-Ag4 18.Ce7+-Rh8 19.Txh7!-RxTh7 20.Th1+ (esto no se menciona)-Ah3 (aunque también podría ser 20...Ah5) 21.Dh5#. A continuación, el chico sufre el esperado ataque mientras House se levanta pensando en lo que ha pasado. Curiosamente, antes de salir de la habitación, vuelve a mirar el tablero y comprobamos estupefactos que la torre ya está en h7 dando jaque, inclinando el rey House y reconociendo la derrota. Todo lo cual puede significar que se rodó la secuencia hasta la jugada 19ª y luego se decidió que era más elegante dejarla en la jugada 16ª. De hecho, es mucho más razonable, dado que a partir de entonces House se va a dedicar a analizar sin descanso la partida mientras intenta por otro lado curar al chico. Al final del episodio, la forma en que el muchacho cogía las piezas va a ser determinante en el diagnóstico acertado, pues resulta sufrir acumulación de hierro en las articulaciones (hemocromatosis), lo que le impedía efectivamente doblar los dedos al mover las piezas. Una vez comunicada al paciente la naturaleza de su dolencia, House le hace saber con cierto orgullo que no hubiera seguido la variante con que le embaucó:"no te habría comido el alfil (I wouldn´t have taken the bishop), habría movido la reina a d6 para evitarlo y luego la torre a e8 atacando el peón de rey, cambiando por calidad (?) y ganándote" (I´d have lost the exchange but won the game, aunque no estoy completamente seguro de que diga eso exactamente). El chico le da la razón (?) y reconoce que todo fue un farol (o una tontiastucia, en otras palabras). Ahora bien, la variante mencionada por House es, además de dudosa, difícil de comprender. En efecto, por algunas escenas en que le vemos analizando, está contemplando la siguiente posibilidad, algo así como 16...Dd6 17.Cf4? (es mejor 17.Ab2, con ventaja decisiva blanca)-Te8? (es mejor otra vez 17...Da6+, consiguiendo igualar). Su comentario no permite ser más concretos, pero parece claramente incorrecto. No obstante, lo que hay que decir a continuación es que el error no sólo se produciría con la dichosa toma del alfil (el menor de los males era 16...Ag4 17.AxAg4-DxAg4+ 18.Re1-Tad8, con ventaja decisiva blanca), sino que se había cometido una jugada antes, cuando House lleva su caballo a g5. Aquí las negras están ya perdidas y, por tanto, el recurso que se han sacado de la manga los guionistas (parece que el responsable de la elaboración de la partida es un tal Matt Lewis, del que no he podido averiguar nada) para salvar el honor intelectual de House está traído por los pelos. Supongo que los guionistas quisieron una partida con algunos jaques dramáticos, pero donde hubiera una posibilidad escondida de salvación. La tarea resultó demasiado ardua para quien elaboró la partida y patinó en el momento de la refutación de la variante, haciendo que la partida continuara una jugada más de la debida, pues era la única manera de que el blanco pudiera realizar la no tan farolera combinación.


Se comprueba pues una vez más lo delicado que es el ajedrez, lo difícil que resulta su transplante (en este caso cinematográfico y en otros literario), como si fuera incapaz de arraigar en otros terrenos, dada la estricta urdimbre con que teje su desenvolvimiento. Al parecer, Hugh Laurie jugó mucho al ajedrez cuando era veinteañero (cfr. "Anatomía de un episodio, "El cabrón", documental sobre la realización del capítulo en cuestión, Universal Studios, 2007). Quizá debería haber tomado ejemplo del gran Humphrey Bogart, pues el análisis que hace éste en la película Casablanca de una posición del gambito Chatard-Alekhine contra la defensa francesa es bastante más riguroso. Pero, en fin, como dice el propio House, todo el mundo miente.


Francisco J. Fernández

lunes, 18 de marzo de 2013

Ajedrez y Literatura


1. INTRODUCCION

Aprender a jugar al ajedrez es como aprender a hablar. Algunos Grandes Maestros lo hicieron prácticamente al mismo tiempo. Con apenas si poco más de cuatro años escasos eran ya capaces de mover los trebejos con soltura sorprendente, así Capablanca, por no mencionar a otros.
La relación entre lenguaje y ajedrez ha sido sin embargo habitualmente descuidada. Ello es tanto más extraño cuanto que Ferdinand de Saussure, a principios del siglo XX, en su Curso de Lingüística General, libro fundador de la Lingüística como disciplina científica, mencionó tal relación(1) haciendo ver de consuno que no hay mejor ilustración del funcionamiento de la Lengua en general que nuestro juego: de ahí que nunca sea demasiado pronto para el aprendizaje del ajedrez. No debemos asustarnos de que un niño sea capaz de darnos jaque mate como no hay que asustarse de que este mismo niño nos interrogue acerca de la sombra que proyecta su cuerpo. Todo obedece a una misma facultad que empieza a revelarse: la de su inteligencia, don preciado que la Educación se encarga en demasiadas ocasiones, si no todas, de malbaratar, a veces incluso irremediablemente.

Los secretos del ajedrez son tantos y se encuentran tan enredados que apenas si hemos aprendido a saber cuáles son las estrategias óptimas que gobiernan un buen desenvolvimiento de la partida. Saberlo, de antemano, parece tarea imposible, dada la magnitud de los cálculos que se presuponen necesarios para hablar con certeza de este particular (se suele decir que hay más jugadas de ajedrez que átomos en el universo). En otras palabras, que es más fácil saber por qué jugamos mal que por qué jugamos bien. Pero es que es ahí precisamente donde se encuentra la gracia del asunto: en que es preciso averiguárselas a partir de escasos elementos de juicio, como en la vida, cabría añadir, pues o se cae en un rigorismo excesivo o se acaba por admitir que nuestros principios prácticos han de incluir sus propias excepciones. Y, en efecto, algo de esto es lo que subyace a la afirmación de Bobby Fischer (campeón del mundo en 1972, tras derrotar a Boris Spassky): “El ajedrez es la vida”. Entendámonos: no mi vida (“My life is Chess”, que decía Viktor Korchnoi en un libro que he visto en alguna bibliografía), no como la vida, sino la vida, la vida misma. No hay forma de decirlo con más radicalidad, no hay metáfora más comprometida. De ahí que George Steiner interprete la derrota de Spasski haciendo ver que ello “podría reflejar en última instancia un cierto desapasionamiento ante el juego en sí, o la comprensión, tal vez subconsciente, de que el ajedrez no es, no puede ser, como proclama Fischer todo” (2). Aquello a lo que se refería éste puede que quepa ser entendido si sustituimos a continuación ajedrez por lenguaje: el lenguaje es la vida. Sin lenguaje viviríamos como viven las plantas, hombres disminuidos, capitidisminuidos o escamochados. Jugar al ajedrez no es más que eso, jugar, pero quizá no haya otra cosa mejor que hacer, esto es, quizá no haya nada mejor que hablar… o escribir, si se nos permite el atrevimiento. En todo caso, intentaré justificar esto último en lo que sigue.

2. LA ESCRITURA DEL AJEDREZ

Y es que si la relación ajedrez-lenguaje ha sido, a pesar de algunos esfuerzos teóricos(3), más o menos obviada o desatendida(4), la que se produce entre el ajedrez y la escritura ha tenido bastante más fortuna y tiene en principio, a lo que parece, dos formas de darse.
2.1. La escritura como código
La primera de ellas hace referencia a los diversos procedimientos que se han ido inventando para registrar y, por tanto, poder recuperar el desarrollo preciso de las partidas de ajedrez. Un par de ejemplos servirá de muestra a la hora de ilustrar el proceso histórico seguido. Ruy López de Segura, en su Libro de la invención liberal y arte del juego del ajedrez (Alcalá de Henares, 1561), decía así, al presentar el análisis de una de sus aperturas: “Lleuando el Blanco la mano jugará el peón del rey quanto va. Si el negro jugare el peón del rey quanto va, el blanco jugará el peón del arfil de la dama una casa. Si el negro jugare el caballo del rey ala tercera del arfil por tomar el peón”(5). Un par de siglos más tarde, las dificultades de anotación y la mayor parte de las ambigüedades se habían solucionado, pero todavía persistían ciertos problemas que debían, mal que bien, sobrellevarse, como se comprueba en la traducción castellana a cargo de D. C. de Algarra, del Análisis del juego del ajedrez de A. D. Philidor (1726-1795), donde se puede leer: “Para distinguir ambos juegos en las notas y evitar repeticiones fastidiosas, hablaremos al Blanco en segunda persona y en tercera al Negro, según el uso adoptado en muchas obras de ajedrez; así al Blanco se le dirá: jugad el rey; y al Negro: juegue el rey”(6). El caso es que en los siglos XIX y XX convivieron los sistemas de anotación descriptivo (1. P4R-P4R, 2. P3AD-C3AR)(7) y algebraico (1. e4-e5, 2. c3-Cf6), siendo éste último el que ha conseguido imponerse finalmente, al ser elegido por la Federación Internacional de Ajedrez en sus competiciones y publicaciones. En el tomo A de la Enciclopedia de aperturas de ajedrez (Belgrado, 2001, cuarta edición), por ejemplo, se ve claramente tal dominio del sistema algebraico (abreviado, por más señas), aunque hay que adjuntar que, al mismo tiempo, se han venido añadiendo una serie de símbolos (‘+’, ‘X’, ‘?!’, ‘N’, ‘#’, ‘O’(8), entre muchos otros), para nada evidentes, que hacen la lectura de la obra tan dificultosa como podía serlo la de Ruy López en los tiempos de Felipe II. En fin, que no cabe más remedio que adiestrarse uno lo suficiente hasta conseguir cierta competencia semiótica sobre estos particulares (por cierto, no estaría nada mal que se analizara el orden de las frases ajedrecísticas en esta internacionalizada Enciclopedia yugoeslava para comprobar si es orden que depende de una lengua en particular –el chino, el francés, el ruso, el árabe, el serbocroata, y así hasta diez, como se puede ver en la portada; cuestión que, de confirmarse, volvería algo patéticos estos intentos por crear una característica ajedrecística universal).
Dentro de esta peculiar literatura, ya utilicen éste o aquel sistema de anotación, hay obras verdaderamente notables desde un punto de vista estrictamente literario. Baste con mencionar, de entre los publicados en castellano, el libro de Ricardo Reti, Los grandes maestros del tablero o el no menos interesante de David Bronstein, sobre el torneo de candidatos de 1953, en Zürich (9). Ambos son verdaderas maravillas expresivas, con auténticos hallazgos poéticos y rigor expositivo. No puedo dejar de citar un momento particularmente interesante para el tema que aquí nos ocupa, perteneciente al libro de Reti:
“Rubinstein aprendió el ajedrez cuando tenía dieciocho años y nunca dominó totalmente las dificultades del medio juego, de tal manera que una y otra vez ha cometido sorprendentes descuidos, algunas veces en sus partidas mejor concebidas. Es como un orador que hablara una lengua extraña, aprendida de mayor, de tal manera que, a pesar de sus profundas ideas, no siempre encuentra la palabra más adecuada. Por el contrario, Capablanca, cuando juega al ajedrez habla su lengua nativa y concibe sus pensamientos en términos exactos.”(10)
Junto a estos dos, podríamos quizá añadir el Manual de ajedrez de Emmanuel Lasker(11) o Mi sistema de Aaron Nimzowitch(12), texto literalmente asombroso por su creatividad conceptual (‘profilaxis’, ‘sobreprotección’, etc.), pero al mismo tiempo difícil de catalogar, dada su originalidad, pues para ser un manual es demasiado complicado y para ser un tratado, demasiado subjetivo. Obsérvese, por otra parte, que los libros recién mencionados tienen un interés ajedrecístico indudable y han educado a generaciones enteras tanto de aficionados como de profesionales (las interpretaciones de Reti acerca de los diferentes estilos de los jugadores que estudia en su obra sólo ahora empiezan a ser parcialmente relativizadas; Tigran Petrosian, campeón del mundo entre 1963 y 1969 fue un seguidor radical del libro de Nimzowitch; y hasta el propio Bobby Fischer incluyó como preámbulo a su libro Mis 60 mejores partidas(13) una intrigante cita del sobredicho Manual de Lasker), es decir, que no son textos que persiguieran en primera instancia la belleza literaria. Pues no, resulta que ocurrió algo mucho más interesante: que se la encontraron por el camino, como esplendor de la verdad, que decían antaño los filósofos escolásticos. Y es que los supuestos valores literarios observados en las obras anteriores son valores conseguidos pero no perseguidos: logros no intencionados, en otras palabras. En definitiva, que se emanciparon de su mera función codificadora, de tal forma que, valga la paradoja, la literatura empezó a arraigar en cuanto se olvidó de que era primordialmente littera, pura letra. Alexander Kotov menciona cuatro tipos de comentarios ajedrecísticos y sus principales valedores; así: descriptivos (Ragozin), analíticos (Chigorin, Fischer), posicionales (Steinitz, Tarrasch, Lasker, Capablanca) y sintéticos (Alekhine, Botvinnik, Karpov, Bronstein)(14). En este sentido, no será para nada extraño que todo un Raymond Roussel tenga un texto que consiste solamente en exponer una nueva forma de dar jaque mate con el alfil y el caballo, texto que ha quedado como una isla perdida dentro de la obra de Roussel, pero que, a mi juicio, hay que interpretar desde esta precisa perspectiva, es decir, como exacerbación irónica de una literatura demasiado emancipada de la letra(15), es decir, demasiado pendiente de una intención moral que justificaría la obra desde fuera de ella misma.

2.2. La escritura como discurso
La segunda de las maneras de relacionar la escritura con el ajedrez pasa, claro está, por entender tal escritura como discurso, no como lengua (como estructura, a fortiori), como mencionábamos en la introducción, o incluso código, que es a fin de cuentas lo que sucedía con el primer modo de relación. Ahora bien, ¿qué conseguimos mediante esta caracterización? Parece, de primeras, que lo que se logra es liberar a la escritura de un papel francamente subordinado o auxiliar. De hecho, a efectos prácticos o pedagógicos es una interpretación que no está mal, que puede ser hasta útil. Sin embargo, las cosas no están nunca tan bien dispuestas como uno desearía. En efecto, el problema es más complejo. Veamos por qué.
Resulta que en el Renacimiento se hicieron más o menos populares los recursos ajedrecísticos empleados literariamente. Yuri Averbach comenta el caso del poeta Ivan Kochanowski, el cual imitó el poema “Ajedrez” de Marcos Jerónimo Vida, donde Apolo y Mercurio juegan una partida. Allí donde Kochanowski se separa del italiano Vida es, de manera precisa, al final, pues sencillamente lo toma prestado de una colección medieval de problemas de ajedrez titulada El buen compañero, las cuales, a su vez, no eran sino refundiciones de leyendas árabes o persas, en este caso, haciendo referencia al llamado problema de la doncella o mate de “dil-aram”, que es el que atrajo la atención de Kochanowski(16). Si la historia es interesante para nuestro propósito es porque se ve con cierta claridad que en la obra literaria se da una mixtura narrativa con la partida de ajedrez. En otras palabras, que el desenvolvimiento de la partida es también el de los personajes, y que las vicisitudes por las que pasan las piezas son, mutatis mutandis, las que afectan a los protagonistas, como si las invistiéramos de afectos.. En fin, esta estrecha imbricación, una suerte de coimplicación desde el punto de vista lógico, ha sido explotada luego con cierta frecuencia en tiempos más cercanos. El ejemplo más conocido es el de Lewis Carroll y su Alicia a través del espejo(17), donde las aventuras de la niña se dejan leer ajedrecísticamente, pues hay una más o menos perfecta correspondencia de lugares-casillas y personajes-piezas (como se recordará, Alicia es el peón blanco). Y lo mismo puede decirse de una obra de mucha menos calidad como La tabla de Flandes de Arturo Pérez Reverte(18), donde una pintura flamenca representando una escena que incluye una posición de ajedrez parece determinar el curso de los acontecimientos. Incluso Vladimir Nabokov, como ha observado Colas Duflo,(19) coquetea con estos procedimientos narrativos en su obra La defensa, como reconoce en el prólogo a la edición inglesa:
“Toda la secuencia de movimientos en estos tres capítulos fundamentales nos recuerda –o debería recordarnos- ciertos problemas de ajedrez cuya solución no consiste en hacer jaque mate en determinado número de jugadas, sino en el denominado ‘análisis retrospectivo’, en el cual se requiere que el jugador demuestre mediante un estudio desde el principio de la posición esquemática que las negras no podían haber enrocado en su última jugada o que debían haber tomado al paso un peón blanco” (20).
Como se comprueba por estos ejemplos, la arquitectónica de muchas obras literarias lleva aparejada una estrecha relación con el ajedrez, ya sea, como hemos visto, porque hay una isomorfía entre el universo de la obra y la forma y disposición del tablero (si no recuerdo mal, Ricardo Calvo ha dudado de que se jugara realmente la partida entre F. De Castellví y N. Vinyoles (Barcelona, 1476), presente en el poema Scachs d ‘Amor, y lo ha dudado precisamente a partir de consideraciones literarias, pues las presuntas malas jugadas de la partida, que hicieron a algunos apresurarse en determinar como pésimo el nivel ajedrecístico de la época, no serían sino obligaciones narrativas), ya sea, como en el caso de La torre herida por el rayo, de Fernando Arrabal(21), porque una partida de ajedrez ayuda a hacer avanzar la trama (en este caso, valedera para el campeonato del mundo, pero en otro caso bien podría ser para salvar judíos de un campo de exterminio, como en la mediocre La variante Lüneburg, de Paolo Maurensig(22), o para vencer a la muerte, como en la famosa película El séptimo sello, de Bergman, o para ganar al diablo disfrazado de peregrino, como cuenta la leyenda de Paolo Boi (jugador de finales del siglo XVI), el cual en el momento en que iba a sufrir el jaque mate definitivo hizo ver al diablo, con la ayuda de Dios, que las piezas formarían entonces una cruz salvadora, ante lo cual al diablo no le cupo sino retroceder). Probablemente sean estos casos los que aprovechan mejor el recurso del ajedrez, tal vez porque se deciden por no explotar los tópicos del juego (desequilibrios psicológicos de los jugadores, básicamente(23)), cosa que no puede decirse que no se haga hasta en las mejores de las obras que incurren en esta recurrente explotación, como Una partida de ajedrez, de Stefan Zweig(24), o La novela de Don Saldaño, jugador de ajedrez, de don Miguel de Unamuno(25), al que, por cierto, le interesaba tanto el asunto que le dedicó un pequeño ensayo titulado “Sobre el ajedrez”(26), donde no deja en muy buen lugar a aquellos que conceden demasiadas virtudes intelectuales al juego que nos ocupa, un poco en la misma línea que otro ensayista español, en este caso Benito Jerónimo Feijoo, había ya expuesto en la Carta XI de sus Cartas eruditas y curiosas(27).
Y es que aquellas novelas u obras literarias que toman el ajedrez como simple excusa (histórica, por ejemplo(28)) son, francamente, tan numerosas como prescindibles(29), como si los eventuales méritos de estas obras sufrieran la venganza terrible del juego, incapaz de compartir su prestigio sublime más allá de la forma estipulada y, por tanto, capaz de provocar que tales obras parezcan engoladas y pedantes, como adornadas con flores de cementerio. Quizá por eso Edgar Allan Poe adoptó un tono ensayístico en “El jugador de ajedrez de Maelzel”, y lo mismo podría decirse del comienzo de “Los crímenes de la calle Morgue”(30), y tal vez por eso sea suficiente, como hace Raymond Chandler en La ventana alta, dar una pequeña pincelada, cuya brevedad garantice su elegancia:
“Me fui a casa, me puse la ropa vieja de andar por casa, saqué el ajedrez, me preparé una copa y repasé otra partida de Capablanca. Tenía cincuenta y nueve movimientos. Ajedrez bello, frío, sin escrúpulos, casi siniestro de puro callado e implacable”(31).
De hecho, este reproche podría ser dirigido también a algunas de las obras que hemos mencionado arriba, lo que demuestra que el ajedrez exige un muy delicado tratamiento. ¿Cuál es la razón? Tal vez pueda venir en nuestra ayuda un comentario de Lasker: “El espectador goza no de una partida de ajedrez, sino de una historia, de un drama; que sea un tablero de ajedrez el escenario y las piezas de ajedrez sus actores no tiene importancia”(32), declaración que es como el reverso de nuestra interpretación, pero que viene a confirmar la idea aquí empleada de que no es ilegítimo tomar la escritura del ajedrez como discurso. Efectivamente, tal vez no sea ilegítimo, pero resultará que el ajedrez no tolerará duplicidades gratuitas. La emoción estética, pues de eso se trata a fin de cuentas, habrá de venir dada por la emoción que la partida provoque; las que tengan un origen distinto serán consideradas como forajidas, como intrusos indeseables y el precio que habrá que pagar irá desde el aburrimiento a la trivialidad. Por algo de todo esto, David Barbero se decide a incluir, como anexo (!), una serie de jugadas pertenecientes al enfrentamiento entre Capablanca y Alekhine de 1927, como reconociendo que su obra Gambito de dama(33), que versa sobre este acontecimiento, palidece ante los dramas sufridos por los dos ajedrecistas en los 32 gambitos de dama (¡34 partidas se jugaron en total!) que se dieron en el mencionado Campeonato. Puede que esta interpretación sea excesiva, pero en todo caso, quizá merezca la pena que se piense algo en ella.Y, sin embargo, algo falla en todo esto, en esta forma de explicar las cosas. Resulta que, según Saussure, no importa en qué momento comencemos a ver la partida. La disposición de las piezas nos permite una perfecta inteligencia de lo que ocurre en el tablero. Hayamos llegado tarde o temprano, aquel que lleva observando la partida desde el comienzo no tiene más ventajas que los recién llegados. Sincronía y diacronía. Estructura y discurso. Ahora bien, el ajedrez es también lucha de caracteres, como se encargó de demostrar Lasker teórica(34) y prácticamente. Y en esa lucha interviene muy decisivamente la memoria del encuentro, es decir, que los acontecimientos anteriores interfieren sobre las decisiones subsiguientes de los jugadores más allá de consideraciones puramente ajedrecísticas (sólo las computadoras están libres de este inconveniente). Este es, a mi juicio, el verdadero problema, la auténtica contradicción, que todavía no ha sabido encontrar, por lo que yo sé, su reflejo literario.
(1) “Una partida de ajedrez es como la realización artificial de lo que la lengua nos presenta en forma natural.” (Curso de Lingüística general, trad. de A. Alonso, Madrid, Alianza Edt., 1987, p. 114). John Wattson, en Los secretos de la estrategia moderna en ajedrez (Londres, Gambit Publications, trad. de A. Gude, 2002) relativiza esta importancia, pero no la llega a excluir: “cualquiera que haya analizado extensamente con jugadores fuertes, sabe que predominan las posibilidades concretas del análisis, en tanto esos factores posicionales están simplemente imbuidos en el juego mismo, como las reglas de la gramática lo están en el lenguaje hablado. Nuestra comprensión posicional no aumenta verbalmente, mientras perfeccionamos el criterio propio. Cuando avanzamos más allá, la comparación con el lenguaje se vuelve menos precisa, pero aún útil: por ejemplo, las reglas gramaticales casi siempre se aplican, en tanto las de ajedrez pueden realmente ser erróneas, o tan poco confiables que no pueden ser consideradas.” (p. 294)
(2) Campos de fuerza (Madrid, Edt. La fábrica, trad. de M. Martínez-Lage, p. 41), rescate que es de un antiguo libro de George Steiner sobre el Match de 1972 en Reikiavijk, al que fue enviado como corresponsal por el periódico The New Yorker.
(3) Así, Ludwig Wittgenstein: “La pregunta ‘¿qué es una realmente una palabra?’ es análoga a ‘¿qué es una pieza de ajedrez?’” (Investigaciones filosóficas, parágrafo 108)
(4) “Mais les precieuses indications de Saussure sur le rapport langue-échecs ne semblent pas avoir été exploitées comme il se devait, ou plutôt comme il se pouvait” (Jacques Dextreit & Norbert Engel, Jeu d´échecs et sciences humaines, Paris, Payot, 1981, p. 203). Ello es tanto más extraño cuanto que los propios ajedrecistas no han dudado en establecer esta misma relación, así Kasparov, por ejemplo: “Todos los ajedrecistas estudian las partidas antiguas como si adquirieran las palabras de un idioma extranjero. Pero si se tiene un determinado vocabulario, se debe aprender a aprovechar la fuerza creativa que contiene, y también a utilizarla.” (citado por Mark Dvoretsky & Artur Yusupov en Entrenamiento de élite (1), Madrid, Ediciones Eseuve, trad. de M. Suárez Sedeño, 1992, p. 175).
(5) Citado por Julio Ganzo en Los campeones del mundo (Madrid, Ricardo Aguilera, 1971, p. 10).
(6) Edición facsimilar de la de París, 1870.
(7) Agustín García Calvo (Hablando de lo que habla, “Sugerencias del lenguaje escrito de reseña de partidas de ajedrez para ciertas cuestiones emprácticas y sintácticas”, Lucina, Madrid, 1990, pp. 186-191) tiene un muy sugestivo artículo donde analiza las características lingüísticas del método descriptivo de reseñas de partidas de ajedrez, allí se habla desde la indiferencia en la modalidad de frase hasta el papel desempeñado por las diferentes clases de signos que intervienen en la descripción de la partida.
(8) Respectivamente: ‘jaque’, ‘punto débil’, ‘jugada de dudoso valor’, ‘novedad’, ‘jaque mate’, ‘ventaja de espacio’.
(9) El ajedrez de torneo, Edt. Fundamentos, Madrid, trad. de A. Gude, 1984.
(10) Ricardo Reti, Los grandes maestros del tablero, edt. Fundamentos, Madrid, 1997, trad. de J. Ganzo, p. 161.
(11) Edt. Jaque XXI, Madrid, trad. de D. K. Haines & F. Pérez Ramos, 1997.
(12) Edt. Fundamentos, Madrid, trad. de J. Ganzo, 1997.
(13) Edt. Fundamentos, Madrid.
(14) Alexander Kotov, Entrene como un gran maestro, Edt., Fundamentos, Madrid, F. Amillátegui, 1985, pp.101-107.
(15) Incluido en Comment j’ai écrit certains de mes livres, U.G.E., Paris, 1963, pp. 131-152.
(16) Yuri Averbach, Lecturas de ajedrez, Barcelona, Ed. Martínez Roca, trad. de A. Puig, 1984, pp. 7-16.
(17) Barcelona, Plaza & Janés, trad. de L. Maristany, 1986.
(18) Madrid, Alfaguara, 1990.
(19) Colas Duflo, Jouer et philosopher, Paris, P.U.F., 1997, 196 y ss.
(20) Barcelona, Anagrama, trad. de S. Pitol, 1999, p. 12. Como es sabido, Nabokov dedicaba buena parte de su tiempo a componer estudios y problemas ajedrecísticos, algunos de ellos han sido editados por el escritor Javier Marías en la editorial Alfaguara. Por cierto, Raymond Smullyan ha recurrido también al análisis retrospectivo, aunque de manera más transparente, en su libro Juegos y problemas de ajedrez para Sherlock Holmes (Barcelona, Gedisa, trad. de E. B. Casals, 1986)
(21) Barcelona, Círculo de Lectores, 1983.
(22) Barcelona, Tusquets, trad. de C. Romero, 1995.
(23) Estos peligros del ajedrez fueron ya notados en La anatomía de la melancolía de Robert Burton (1621), Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, trad. de R. Alvarez, 1998, vol. II, p. 88.
(24) Madrid, Espasa –Calpe, trad. de A. Cahn, 1973.
(25) Incluida en el volumen San Manuel Bueno, mártir y tres historias más, Madrid, Edaf, ed. de M. Maceiras, 1997.
(26) Recogido en Contra esto y aquello, Madrid, Espasa-Calpe, 1980, pp. 114-122.
(27) Véase la dirección: http://www.filosofia.org/bjf/bjfc311.htm
(28) El ocho, de Catherine Neville, auténtico best-seller o el menos conocido El jugador de ajedrez, de Waldemar Lysiak, Madrid, Alianza, 1996.
(29) En los últimos números de la Revista Peón de Rey, marzo 2004, el escritor J. Mercadé ha hecho un repaso por este universo literario. Cabe destacar, entre otras, la novela de Javier García Sánchez, Dios se ha ido, Planeta, Barcelona, 2003. Por cierto, no menciona el libro de Fernando Aramburu, Los ojos vacíos, Barcelona, Tusquets, 2000, que contiene un capitulito dedicado al ajedrez.
(30) Edgar Allan Poe, Narraciones extraordinarias, Barcelona, Los Libros de Plon, trad. de J. Piñeiro, 1981, 2 vols.
(31) Madrid, Alianza, trad. de J. M. Ibeas, 2002, p. 238.
(32) Lasker, op. cit., p. 276.
(33) Gambito de dama, Hondarribia, edt. HIRU, 1999.
(34) Cfr. la reciente edición castellana de su librito Lucha, trad. de R. Calvo, Albacete, Ed. Merán, 2003.
Artículo publicado en ALFA, Revista de la Asociación Andaluza de Filosofía, en el año 2005.

Francisco J. Fernández
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