En 1938 se organizó en Holanda por parte de la Algemeene Veereniging voor
Radio Omroep (AVRO) uno de los mayores acontecimientos ajedrecísticos de todos
los tiempos. Los ocho mejores jugadores del momento se enfrentarían a doble
vuelta en un torneo que tenía por objetivo designar un candidato para luchar con
Alexander Alekhine por la corona mundial. Los jugadores elegidos fueron los
siguientes: Alekhine, Capablanca, el soviético Botvinnik, los americanos Reuben
Fine y Samuel Reshevsky, el holandés Max Euwe, el checoeslovaco Salo Flohr y el
estonio Paul Keres. Ya en su momento hubo voces protestando por ciertas
ausencias: la de Lasker especialmente, pero en general la de los jugadores más
veteranos como Spielmann, Bogoljubov, Marshall, Tartakower, Kostic, Grünfeld,
Maroczy, así como Levenfish. Hubo también serias dudas acerca del sistema de
competición elegido, con continuos viajes por diferentes ciudades holandesas
(¡Utrecht, Breda, Groningen, Arnhem, y así hasta diez!) y escasos días de
descanso, por no decir ninguno. Todo ello, claro está con la intención de
aminorar gastos y generar más ingresos con la venta de entradas en las
diferentes salas de juego. Así las cosas, no resultó extraño, y de ello se
dieron cuenta ya los cronistas de la época, que los ajedrecistas con mayor
resistencia física, es decir, los más jóvenes, rindieran mejor que los
veteranos: Capablanca, de 50 años, quedó séptimo; Alekhine, de 46, cuarto. Keres
(de 22) y Fine (de 23) primeros. Por otra parte, no estaría de más que el lector
reflexionara sobre las fechas del torneo, esto es, otoño de 1938, en vísperas de
la II Guerra Mundial. De hecho, el pobre resultado de Flohr (último), incapaz de
ganar una sola partida y siendo vencido en otras cinco, parece que fue debido en
parte a los acontecimientos que estaban sucediéndose en su país,
Checoeslovaquia, con la anexión alemana de una parte de su territorio ante la
pasividad internacional.
En fin, la idea del libro es mérito de G. Toradze, el cual se ha dedicado a
recopilar toda la información disponible sobre el evento, rastreando en los
viejos números de los años 30 de la revista "Ajedrez en la URSS" o la mítica
"64", así como seleccionando pasajes de las obras de los respectivos
protagonistas en que el torneo se convertía en tema principal. De esta manera,
junto con las pintorescas crónicas de Tartakower, se traza un retrato, a veces
impresionista, otras más sistemático, del torneo AVRO 1938. El libro ofrece
además el comentario de las 56 partidas jugadas. Tales comentarios (algunos de
ajedrecistas tan importantes como Panov, Blumenfeld, Belavenets o Lilienthal,
entre otros) quizá precisen de ciertas correcciones, pero tienen un aroma de
otros tiempos, con lo cual el panorama ofrecido por el volumen es muy completo y
significativo.
Resta por saber el interés que un libro así puede tener para un jugador
actual: el propio Botvinnik se lo llega a preguntar y así lo contesta en el
prólogo: "el pensamiento ajedrecístico de nuestro tiempo no se ha desarrollado
tan impetuosamente como para que las partidas del torneo AVRO tengan sólo un
interés histórico" (P. 9). Es decir, no sólo es historia lo que aquí se ofrece,
sino ajedrez vivo, tan útil (o tan inútil) como las últimas creaciones de
Kramnik o Ivanchuk. Evidentemente, aquellos que miren el índice de aperturas
utilizadas entonces por si coinciden con su repertorio puede que se lleven
alguna sorpresa: no se jugó ninguna siciliana, ni ninguna india de rey. Pero
aquellos que jueguen nimzoindias (12 se jugaron) o Grünfelds (8) o indias de
dama (otras ocho) o españolas (7) se llevarán un chasco si buscan novedades,
pero no tanto si de repente comprenden que el movimiento que hacen
automáticamente y al toque en su práctica diaria procede de partidas como las
que aquí se encuentran. Descubrir algo así tiene algo de homenaje, pero también
de comprensión, que es después de todo lo que muchos buscan.
Francisco J. Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario