Presses Universitaires de France, Paris, 2002, 256 pag.
Pocos son los textos que se toman el ajedrez en serio, es decir, como objeto
teórico más allá de lo deportivo. Es más, incluso desde un punto de vista
puramente ajedrecístico, las investigaciones no dejan de ser profundamente
insatisfactorias a la hora de comprender la esencia del juego rey. Nadie es
capaz de explicar con rigor en qué consiste eso de jugar bien. Hasta los módulos
de análisis han experimentado un parón una vez que han alcanzado el nivel de los
mejores grandes maestros en virtud y nada más que en virtud de su prodigiosa
velocidad de cálculo.El libro que nos ocupa se toma el ajedrez en serio, pero
por fuera del mismo, digamos que en su dimensión más humana, es decir, en tanto
que lugar en el que se desarrollan unas prácticas sociales (precedente de este
trabajo, pero desde una perspectiva más general, fue Jeu d´échecs et sciences
humaines, de J.Dextreit y N. Engel, Payot, Paris, 1981). Es una obra etnográfica
y etnológica: a Wendling le interesa sobre todo lo que dicen los ajedrecistas en
tanto que estirpe o grupo: Gens una sumus. Le interesa pensar acerca de los
sobreentendidos que los ajedrecistas manejan: su jerga, sus maneras, sus lugares
de reunión, las ceremonias de los torneos, la vigencia de las reglas y cómo se
interpretan. En tanto que ajedrecista él mismo (alcanzó un elo de 2235 en su
tiempo) conoce muy bien los entresijos de las federaciones, de los clubs (bien
es cierto que la obra se reduce al ámbito francés). Ello le ha permitido
investigar (grabando conversaciones, sacando fotografías) ese particular
universo que los ajedrecistas constituyen con el fin de desentrañar los
mecanismos que gobiernan esa práctica lúdica.Atendiendo al comportamiento de los
jugadores (sobre todo al de aficionados y semiprofesionales, no tanto al de la
élite), a lo que dicen y a la manera en que lo dicen, a lo que hacen y a la
manera en que lo hacen, se descubre que el ajedrez no se limita sólo a las
partidas de ajedrez, que hay todo un conglomerado de fenómenos que las rodean,
los cuales van desde el mirón al local donde se juega, de la modalidad de juego
(rápido, lento, blitz) a la clase de competición (por equipos, suizo, amistosa,
con apuesta de por medio). De alguna forma, Wendling intenta reducir el
prestigio tanto de los grandes torneos como de los grandes maestros (cosa que no
se puede decir del Campos de fuerza de George Steiner, Editorial La Fábrica,
Madrid, 2004, trad. de Miguel Martínez-Lage) en el sentido de que son los
aficionados los que construyen socialmente a los campeones. Creo que una obra
como ésta le gustaría al genial David Bronstein, pues es este jugador el que más
atento ha estado siempre no tanto a la divulgación del juego, sino a subrayar el
continuo que se da entre los jugadores aficionados y los grandes campeones. Creo
que algo menos le gustaría al soberbio Kasparov, pues es absolutamente
improcedente considerar que los campeones del pasado eran sus grandes
predecesores, como diciendo que su labor fue la de ser eso: predecesor de
Kasparov (de ahí que el interés que tiene en su obra el ajedrez anterior a
Steinitz raya en lo anecdótico).El único pero que se le puede poner a la obra
que nos ocupa es alguna ausencia bibliográfica, como el artículo de Agustín
García Calvo, "Sugerencias del lenguaje escrito de reseña de partidas de ajedrez
para ciertas cuestiones emprácticas y sintácticas", en Hablando de lo que habla,
Editorial Lucina, Madrid, 1990, pp.186-191, que le hubiera venido muy bien al
capítulo dedicado a la escritura del ajedrez. Por lo demás, y a la espera de que
alguien se decida a tomar el toro del ajedrez por dentro del mismo, podemos
disfrutar con lo que hay por fuera.
Autor: Francisco J. Fernández
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